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Acabo de leer este romance. Es bueno; voy a contároslo por si no lo conocéis.

Una joven de familia distinguida se enamora en Francia de un hombre honrado, de mediana condición, llamado La Tour. Se casa con él. Esto desagrada a la familia de la mujer. El marido, disgustado del accidente, decide ausentarse y se traslada a una isla donde existe una colonia francesa; deja allí a su mujer y se va a negociar al extranjero. Muere antes de volver la isla, quedando su mujer con una hija no nacida aún, por toda su herencia. Esto se debió a que en el país había abogados; es decir: se debió a que había abogados la reducción de la herencia, no el hecho de haber quedado la señora encinta.

La pobre viuda se encuentra abandonada en la isla; busca un terreno y se instala. Por lo visto, el terreno era sumamente barato en aquel paraje.

Como vecina encuentra a una señora llamada Margarita, que se hallaba en idénticas circunstancias según el autor; totalmente diferentes, según lo verá el lector.

En efecto, Mme. La Tour era de familia noble.

Margarita no lo era.

Mme. La Tour era casada.

Margarita no lo era.

El señor La Tour era marido y de mediana condición.

El señor seductor de Margarita era amante y sin condición El señor La Tour se murió.

El otro señor no se murió por aquel entonces.

Mme. La Tour estaba embarazada de una niña.

Margarita de un niño.

El autor encuentra que todas estas circunstancias son idénticas. ¡Dios lo bendiga!

Había por allí, además, un vecino viejo y dos sirvientes negros de diverso sexo. Les ruego no creer que el viejo fuera neutro.

¿Cómo dividir el terreno de las nuevas vecinas, sin que hubiera cuestión de límites? El viejo echó a la suerte el caso, y la cara y el castillo dieron los títulos de propiedad de los terrenos.

En ellos se construyen dos cabañas separadas, pero próximas.

Margarita dio a luz un niño; le llamaron Pablo, y se plantó un árbol.

Mme. La Tour dió a luz una niña; la llamaron Virginia, y se plantó otro árbol.

Era evidente que los árboles representarían en adelante la edad de los niños, en caso de no secarse (los árboles).

Las dos mujeres vivieron en santa paz y sin murmurar del prójimo. ¡Es necesario ir a las islas para presenciar tales fenómenos!

Los dos negros se casaron, pero la negra no dio a luz nada, razón por la cual no plantaron otro árbol.

El método de vida de estas gentes era muy sencillo: comían y se bañaban juntas, pero dormían separadas.

Iban a misa a la aldea vecina juntas, pero rezaban separadas.

El viejo las visitaba a todas juntas.

Pablo y Virginia crecieron y aprendieron a hablar; desde este último suceso se llamaron hermanos.

¡Uno se queda sorprendido de que no se hubieran dado tal nombre antes de saber hablar!

Pablo se ocupaba de los juegos y trabajos propios de su edad y de su sexo. Virginia hacía respectivamente otro tanto. ¡He aquí un nuevo fenómeno singularísimo!

Pablo quería mucho a Virginia y ésta a Pablo. Siempre andaban juntos. ¿Por qué no andarían de preferencia con el viejo?

Habla además un perro; se llamaba Fiel. ¡Esto es un pleonasmo!

Cualquiera que tenga relaciones con un perro, sabe que es fiel, aunque no se llame tal.

Me parece inútil decir que las dos familias y el viejo eran felices. Comían, dormían, paseaban, jugaban y no pagaban contribución directa.

Nada tenían que reprocharse, ni una falta, ni un crimen, ni un pecado venial, salvo el original. A nadie hacían daño; ni carne comían por no matar animales, pues no se atrevían a comerlos vivos.

Tomaban leche, se alimentaban de verduras y huevos y habrían dejado a salvo estos últimos, si hubieran sospechado que de ellos salían los pollos.

Fiel, por su parte, no hacía tales distinciones y a pesar de su inmenso amor a la familia, no participaba de sus opiniones respecto al régimen alimenticio.

Un día que las dos madres habían ido a misa, llegó a las cabañas una negra esclava, flaca y hambrienta.

Pablo y Virginia le dieron de comer. ¡Esto es lo que se llama ser oportunos!

Enseguida la negra les contó que su amo le pegaba y la tenía en ayunas, que ella se había escapado y que si volvía, su verdugo la mandaría matar.

Júzguese del horror de los hermanos al oír el verbo matar, ellos que vivían en perpetua Semana Santa por no matar una gallina.

Como tenían buen corazón, se decidieron a interceder por la negra y emprendieron a pie un viaje de cinco leguas con su protegida. Llegaron a la hacienda del amo de ésta e intercedieron; el amo perdonó a la negra, pero miró a Virginia con unos ojos... ¡Ah! ¡Qué ojos!

Virginia se asustó. ¡La inocencia, naturalmente!...

Y no era que no hubiera motivo para mirar a Virginia con ojos de hacendado; la mocita tenía ya sus trece años, era redondita, blanca, graciosa, bonita y tenía un famoso desenvolvimiento de caderas en que Pablo no había fijado su atención.

Verdad es que Virginia era hermana de Pablo, y es sabido que las hermanas nunca tienen caderas.

Pablo y Virginia se retiraron a su cabaña y se perdieron en el camino, a causa del susto que llevaba la jovencita.

Llegaron a un río.

-Yo no paso -dijo Virginia.

Pablo la cargó a babucha y pasaron. A pesar del gusto que tuvo Pablo, llegó cansado a la otra orilla. ¡Es que los sentimientos tienen su límite!

Continuaron su camino con los pies lastimados y sin esperanzas de llegar. La noche avanzaba; los hermanos temblaban de miedo y se pusieron a gritar; el único que les respondió fue el eco que, como se sabe, repite las últimas sílabas.

-¡Socorro! - decía Pablo.

-Corro - decía el eco.

-Bendito sea Dios - gritaba inoportunamente Virginia.

-Adiós - repetía el eco burlón.

-Vengan pronto - exclamaba Pablo.

-Tonto - contestaba el eco, permitiéndose cambiar una letra.

De repente los perdidos oyeron un ladrido: era el de Fiel. "Ahí está el negro" dijo Pablo, aun cuando el negro no sabía ladrar, y bien pronto se encontraron reunidos con el sirviente.

-¿Cómo nos has encontrado? - le preguntaron.

-Vaya -les contestó el negro - hice oler vuestras ropas a Fiel y me ha entendido como si fuera un hombre.

Fiel afirmaba con la cola que era cierto.

-Los he buscado como si fueran agujas - añadió el negro-. Fiel ha seguido la pista y me ha conducido hasta la hacienda a donde fueron a pedir merced para la negra; allí he visto a la pobre en la tortura. ¡Buen modo de perdonar había tenido el patrón!

Virginia sospechó que no era bastante un viaje de cinco leguas para dominar las pasiones de un hacendado.

 
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