"Qué me importa a mí dónde ni cuándo nació Boris", podría decir cualquiera mal criado, el público, por ejemplo, si leyera estas páginas; pero el autor de ellas podría replicarle diciéndole: "nada le importa, convenido, como no importa a nadie su observación, pues podría usted hacer la misma a cuantos relatos, crónicas, historias, cuentos y biografías corren por el mundo".
Que la batalla del 24 de mayo haya tenido lugar el 24 de mayo y no el 24 de noviembre, para usted es lo mismo, pero no lo es para los que han hecho de esa fecha un símbolo o algo más: sobre todo para los pensionistas militares por razón de sus deudos muertos ese día en acción de guerra; ¡seis meses de diferencia de pensión para una viuda inconsolable!... ¡como quien dice nada!
Finalmente, si a usted no le importan las noticias de Tupiza, ¡no las lea y habremos concluido! ¿Usted se piensa que yo escribo para usted? ¡Yo escribo para mí, como escriben para sí, todos los autores que procuran el bien de la humanidad. Usted no ignora que el tiempo es continuo. Si nosotros lo dividimos en rebanadas más o menos grandes, lo hacemos por razones de economía política y doméstica, y a fin de poder consignar las fechas en un cuaderno llamado almanaque sin el cual la vida es imposible.
¿ Qué sería de la historia, de la crónica y de la biografía sin fecha?
Prive usted de ellas a la sociedad y a los gobiernos y se queda el mundo sin registro civil, sin contribución territorial, sin ley de patentes sin fiestas patrias, sin regalos para el 25 de diciembre o el 1º de enero, sin congratulaciones ni pésames, sin vida social; en fin, sin duración prefijada para las estaciones, los solsticios y los equinoccios.
Usted no piensa en la ventaja universal de un aniversario agradable, porque olvida usted, público ilustrado y mentecato, que usted es pulpero, mercero, tendero, zapatero, sastre, joyero, mercader, en una palabra: que vende para regalos obligatorios o de cortesías, tarros de conservas, cintas, cortes de vestido, botines, ropa, relojes y cuanto a mano viene, a precios tales como para procurarle a usted una condenación a trabajos forzados por su honorabilidad comercial reconocida.
Hecho este paréntesis tan importante como cualquiera de los de un libro clásico, bueno es saber que en Tupiza no había periódicos, ni demagogos ilustres, ni tribunos hipócritas y abnegados, ni defensores profesionales de los derechos del pueblo, nombrados por sí mismos.