Reanimados con estas palabras el fuerte Acates y el padre Eneas, ansiaban ya hacía tiempo por romper la nube que los rodeaba. Acates, el primero, dice a Eneas: "Hijo de una diosa, ¿qué te parece de esto? Todo lo ves ya en seguridad; ya has recobrado tu armada y tus compañeros. Uno sólo falta, a quien nosotros vimos con nuestros propios ojos sumergido en las olas; todo lo demás se ajusta puntualmente con lo que dijo tu madre" Apenas pronunció estas palabras, cuando, deshaciéndose de pronto, se abre la nube que los rodeaba y se resuelve en aire puro. Apareció Eneas, resplandeciente en medio de una viva luz, semejante en rostro y apostura a un dios, porque su misma madre había infundido en su hermosa cabellera y en sus ojos el resplandor purpúreo y la alegre lozanía de la juventud; así la mano del artífice añade belleza al marfil o engasta con amarillo oro la plata y la piedra de Paros. Entonces habló así a la Reina, apareciéndose a todos de improviso: "Ved aquí presente al Eneas que buscáis, libertado de las ondas africanas. ¡Oh! Tú, la sola que te has apiadado de los infandos desastres de Troya, y que nos das ciudad y hogar a nosotros, reliquias de los Griegos, vencidos ya por todo linaje de desgracias en tierra y en mar y necesitados de todo! No es en nuestra mano ¡oh Dido! Demostrarte la gratitud de que eres digna, ni bastaría a tanto lo que aun queda de la gente dardania, desparramada por el ancho mundo. Los Dioses te den digno premio, si hay númenes que respetan a los piadosos, si hay en alguna parte justicia y conciencia de lo recto. ¡Oh!, ¿ Qué felices siglos te dieron al mundo? ¿Qué padres tan grandes fueron los que tal te informaron? Mientras corran los ríos hacia el mar, mientras las sombras cubran los huecos de los montes, mientras el polo apaciente estrellas, siempre durarán en el mundo tu gloria, tu nombre y tus loores en cualquier parte adonde me lleven los hados." Dice, y tiende la diestra mano a su amigo Ilioneo, y la izquierda a Seresto, y luego a los demás y al fuerte Gías y al fuerte Cloanto.
Pasmóse la sidonia Dido con la súbita aparición, no menos que con el prodigioso caso de tan grande héroe, y exclamó: "¿Cuál hado te persigue ¡oh hijo de Venus! por medio de tantos peligros? ¿Qué fuerza te arroja a estas despiadadas costas? ¿Eres tú aquel Eneas a quien la alma Venus concibió del troyano Anquises a la margen del frigio Simois? Me acuerdo de que Teucro fue a Tiro, echado de los confines patrios, en busca de un nuevo reino, con el auxilio de Belo; entonces mi padre Belo estaba talando la ópima isla de Chipre, y vencedor, la dominaba toda. Ya en aquella época supe la desgracia de la ciudad troyana, y conocí tu nombre y los de los reyes griegos; vuestro enemigo mismo ensalzaba con grandes alabanzas a los Teucros, y se decía oriundo de la antigua estirpe troyana. Así, pues, adelante, ¡Oh guerreros! Entrad en nuestras moradas. También a mí una fortuna semejante a la vuestra, después de haberme hecho juguete de grandes trabajos, ha querido por fin darme asiento en este suelo; conocedora de la desgracia, he aprendido a socorrer a los desgraciados." Dice, y conduce a Eneas a las regias mansiones, y dispone que se hagan sacrificios en los templos de los dioses. Al mismo tiempo envía a los compañeros de Eneas que habían quedado en la playa, veinte toros, cien cerdosas canales de corpulentos jabalíes y cien gruesos corderos con sus madres, a lo que unió los dones de Baco, la alegría de los festines. Decórase además el interior del palacio con regio aparato, y se dispone todo para los convites en las salas del centro, y ricas alfombras y colgaduras, labradas con espléndida grana; mucha plata en las mesas: vense representadas en oro cincelado las grandes hazañas de los progenitores, larguísima serie trasmitida por tantos héroes desde el origen de un antiguo linaje.
Eneas (a quien no dejaba sosegar un punto el amor de padre) envía a Acates con toda prisa a las naves, a fin de que refiera a Ascanio aquellos sucesos y le conduzca a la ciudad; en Ascanio se cifran todos los cuidados de aquel buen padre. Manda además traer unas preseas, salvadas de las ruinas de Ilión: una falda recamada de figuras de oro y un manto bordado en derredor de rojo acanto, galas de la argiva Elena, que llevó de Micenas cuando fue a Troya tras un infando himeneo, admirable presente de su madre Leda; además el cetro que en otro tiempo empuñó Ilione, la mayor de las hijas de Príamo, un collar de perlas y una diadema de oro y piedras preciosas. Con este objeto se encaminaba Acates rápidamente a las naves.