Dice, y aunque oprimido con grandes cuidados, simula en su rostro la esperanza y encierra en el pecho un profundo dolor. Echanse ellos, en tanto, sobre la caza y preparan el festín; desuellan las reses y les sacan las entrañas; unos las trinchan en tasajos y las espetan palpitantes en los asadores; otros disponen calderas en la playa y atizan la lumbre. Recobran las fuerzas con el alimento, y tendidos sobre la yerba, se hartan de vino añejo y de la suculenta carne de los venados; luego que han saciado el hambre y quitado las mesas, recuerdan en largas pláticas a sus perdidos amigos, y dudosos entre la esperanza y el temor, ora los juzgan vivos, ora se imaginan que, después de pasar los últimos trabajos, no pueden ya oir a quien los llama. Sobre todo, el piadoso Eneas lamenta entre sí la desastrosa suerte del fogoso Oronte, la de Amico, el destino cruel de Lico, y al fuerte Gias y al fuerte Cloanto.
Ya era acabado el día cuando Júpiter, mirando desde lo más alto del firmamento el mar cruzado de rápidas velas, y las dilatadas tierras, y las playas, y los remotos pueblos, se paró en la cumbre del Olimpo y clavó sus ojos en los reinos de la Libia. Mientras tales cuidados revolvía en su mente, Venus, en extremo triste y, arrasados los ojos de lágrimas, le habló de esta manera: "¡Oh, tú, que riges los destinos de los hombres y de los dioses con eterno imperio y los aterras con tu rayo! ¿En qué pudo mi Eneas, en qué pudieron ofenderte tanto los Troyanos, para que así, después de pasar tantos trabajos, se les cierre el paso a Italia por todo el orbe? Me habías prometido que de ellos, andando los años, saldrían los Romanos, guías del mundo, descendencia de la sangre de Teucro, los cuales dominarían el mar y la tierra con soberano imperio. ¿Qué te ha hecho ¡oh, Padre! mudar de resolución? Con esto, en verdad, me consolaba yo de la caída de Troya y de su triste ruina, compensando los hados adversos con los prósperos. Ahora la misma suerte contraria persigue a unos hombres trabajados ya por tantas aventuras. ¿Qué término das ¡oh, Gran Rey! a sus desgracias? Antenor pudo, escapándose de en medio de los Griegos, penetrar en los golfos de la Iliria, y llegar con seguridad al corazón del país de los Liburnos y a la fuente del Timavo, de donde, precipitándose por nueve bocas, de lo alto de un monte, con gran murmullo, va al mar y oprime los campos con resonantes ondas. Allí, además, edificó la ciudad de Padua y las moradas de los Teucros, y dio nombre a su gente, y fijó las armas de Troya; ahora, sosegado, descansa en plácida paz. Y nosotros, progenie tuya; nosotros, a quienes concedes morar en los alcázares del cielo, perdemos nuestras naves ¡oh dolor! Por la ira de una sola diosa, y nos vemos constantemente alejados de las costas italianas. ¿Este es premio de nuestra piedad? ¿Así nos repones en nuestro señorío?"
Besó a su hija el padre de los hombres y de los dioses, sonriéndose con aquel apacible semblante con que serena el cielo y las tempestades, y enseguida le habló así: "Depón el miedo, ¡oh Citerea! ; inmotos perseveran para ti los hados de los tuyos. Verás la ciudad y las murallas prometidas de Lavino, y levantarás hasta las estrellas del cielo al magnánimo Eneas; no he cambiado de resolución. Mas, pues te aqueja este cuidado, voy a descubrirte, tomándolos desde muy atrás, los arcanos del porvenir. Tu Eneas sostendrá en Italia grandes guerras, y domará pueblos feroces, y les dará leyes y murallas; tres veranos pasarán y tres inviernos antes de que reine en el Lacio y logre sojuzgar a los Rútulos. Y el niño Ascanio, que ahora lleva el sobrenombre de Iulo (Ilo se llamaba mientras existió el reino de Ilión); llenará con su imperio treinta años largos, un mes tras otro, y trasladará la capital de su reino de Lavino a Alba-Longa, que guarnecerá con gran fuerza. Allí reinará por espacio de trescientos años el linaje de Héctor, hasta que la reina sacerdotisa Ilia, fecundada por el dios Marte, pariere de un parto dos hijos. Luego Rómulo, engalanado con la roja piel de la loba, su nodriza, dominará a aquella gente y levantará las murallas de la ciudad de Marte, y dará su nombre a los Romanos. No pongo a las conquistas de este pueblo límite ni plazo; desde el principio de las cosas les concedí un imperio sin fin. La misma áspera Juno, que ahora revuelve con espanto el mar, la tierra y el firmamento, vendrá a mejor consejo y favorecerá conmigo a los Romanos, señores del mundo, a la nación togada. Pláceme así. Llegará una edad, andando los lustros, en que la casa de Asaraco subyugará a Ftias y a la ilustre Micenas, y dominará a la vencida Argos. Troyano de esta noble generación, nacerá César Julio, nombre derivado del gran Iulo, y llevará su imperio hasta el Océano y su fama hasta las estrellas. Tú, segura, le recibirás algún día en el Olimpo, cargado con los despojos del Oriente, y los hombres le invocarán con votos; entonces también, suspensas las guerras, se amansarán los ásperos siglos. La cándida Fe, y Vesta y Quirino, con su hermano Remo, dictarán leyes; las terribles puertas del templo de la guerra se cerrarán con hierro y apretadas trabes; dentro el impío Furor, sentado sobre sus crueles armas, y atadas las manos detrás de la espalda con cien cadenas, bramará, espantoso con sangrienta boca."
Dice, y desde la altura envía al hijo de Maya a fin de que las tierras y los nuevos alcázares de Cartago se abran como asilo para los Teucros; no fuese que, ignorante Dido de lo dispuesto por los hados, los rechazase de sus confines. Tiende el mensajero su vuelo por el inmenso éter, batiendo las alas, y pronto se paró en las playas de la Libia, cumpliendo al punto su mandado; los Penos, porque lo quiere el dios, deponen su fiero natural, y la Reina principalmente se apresta a recibir con benevolencia suma a los Teucros.