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Mientras así exclamaba, la tempestad, rechinante con el vendaval, embiste la vela y levanta las olas hasta el firmamento. Pártense los remos, vuélvese con esto la proa y ofrece el costado al empuje de las olas; un escarpado monte de agua se desploma de pronto sobre el bajel. Unos quedan suspendidos en la cima de las olas, que, abriéndose, les descubren el fondo del mar, cuyas arenas arden en furioso remolino. A tres naves impele el noto contra unos escollos ocultos debajo de las aguas, y que forman como una inmensa espalda en la superficie del mar, a que llaman Aras los Italos; a otras tres arrastra el euro desde la alta mar a los estrechos y las sirtes del fondo, ¡miserando espectáculo! Y las encalla entre bajíos y las rodea con un banco de arena. A la vista de Eneas, una enorme oleada se desploma en la popa de la nave que llevaba los Licios y al fiel Oronte; ábrese, y el piloto cae de cabeza en el mar; tres veces las olas voltean la nave, girando en su derredor; hasta que al fin se la traga un rápido torbellino. Vénse algunos pocos nadando por el inmenso piélago, armas de guerreros, tablones y preseas troyanas. Ceden ya al temporal, vencidas, la pujante nao de Ilioneo, la del fuerte Acates y las que montan Abante y el anciano Aletes; todas reciben al enemigo mar por las flojas junturas de sus costados, y se rajan por todas partes.

Entre tanto Neptuno advierte que anda revuelto el mar con gran murmullo, ve la tempestad desatada y las aguas que rebotan desde los más hondos abismos, con lo que, gravemente conmovido y mirando a lo alto, sacó la serena cabeza por cima de las olas, y contempló la armada de Eneas esparcida por todo el mar, y a los Troyanos acosados de la tempestad y por el estrago del cielo. No se ocultaron al hermano de Juno los engaños y las iras de ésta, y llamando a sí al Euro y al Céfiro, les habla de esta manera: "¿Tal soberbia os infunde vuestro linaje? ¿Ya ¡oh vientos! osáis, sin contar con mi numen, mezclar el cielo con la tierra y levantar tamañas moles? Yo os juro... Mas antes importa sosegar las alborotadas olas; luego me pagaréis el desacato con sin igual castigo. Huíd de aquí, y decid a vuestro rey que no a él, sino a mí, dio la suerte el imperio del mar y el fiero tridente. El domina en sus ásperos riscos, morada tuya, ¡oh, Euro! Blasone Eolo en aquella mansión como señor, y reine en la cerrada cárcel de los vientos". Dice, y aun antes de concluir, aplaca las hinchadas olas, ahuyenta las apiñadas nubes y descubre de nuevo el sol; Cimotoe y Tritón desencallan las naves de entre los agudos escollo; el mismo dios las levanta con su tridente y descubre los grandes bajíos, y sosiega la mar, y con las ligeras ruedas de su carro se desliza por la superficie de las olas. Como muchas veces sucede en un gran pueblo cuando estalla una sedición y embravece el ánimo del grosero vulgo, vuelan las teas y las piedras, y el furor improvisa armas, que si por ventura sobreviene un varón grave por su virtud y méritos, todos callan y le escuchan atentos, y él con sus palabras compone las voluntades y amansa las iras; tal calló todo el estruendo de las olas, apenas el padre Neptuno, tendiendo a lo lejos la vista sobre el mar bajo un cielo ya sereno, da la vuelta a sus caballos y les larga las riendas, volando en su propicio carro.

Procuran los cansados compañeros de Eneas enderezar el rumbo a las costas más cercanas, y vuelven a las playas de la Libia. Hay en ellas una oculta y profunda bahía, en que se abre un puerto, formado por las opuestas laderas de una isla, en las cuales se rompen las olas que vienen de la alta mar y van a dividirse en reducidos senos. Aquí y allí vastas rocas y dos escollos gemelos amenazan el cielo; debajo de ellos, y a gran distancia, entorno yace la mar callada. Más allá se descubren selvas de espléndida verdura, y entre ellas un negro bosque, cubierto de pavorosa sombra. Abrese a la parte opuesta una caverna, formada de pendientes riscos, en que hay aguas dulces y asientos en la peña viva: aquella es la morada de las Ninfas. Allí las cansadas naves no han menester cadenas que la amarren, ni las sujeta el ancla con su corvo diente. En ella penetra Eneas con siete naos que ha recogido de la escuadra toda, y arrastrados por el grande afán de tocar tierra, saltan los Troyanos a la ansiada arena y tienden en la playa sus miembros, entumecidos por las salobres aguas. Acates hace brotar el primero chispas de un pedernal, recoge el fuego en un montón de hojas, y poniéndole alrededor áridos pábulos, levanta una gran llamarada; entonces los fatigados náufragos sacan de las naves el trigo mareado y los instrumentos de Ceres, y se aprestan a tostar en la llama y a moler con piedras los granos salvados de la tempestad.

Sube entre tanto Eneas a lo alto de una peña, y tiende a lo lejos sus miradas sobre el mar, por si logra ver a Ateneo, trabajado por los vientos, las birremes frigias, a Capis o las armas de Caico en las enhiestas popas. Ningún bajel se divisaba; errantes por las playas vio tres ciervos, a los que sigue toda la manada, que en largo tropel va pastando por los valles. Párase y empuña el arco y las veloces flechas, armas que llevaba el fiel Acates, y derriba primero a los guiones de cabeza erguida con sus ramosas cornamentas; luego acomete a los demás, y disparándoles sus saetas, revuelve toda la turba por los frondosos bosques, y no cesa hasta que, vencedor, postra en tierra siete corpulentos ciervos, número igual al de sus naves; con esto se encamina al puerto y reparte la caza con sus compañeros, entre los cuales distribuye además los vinos con que el generoso héroe Acestes cargó las bodegas de sus barcos al despedirlos en las playas de Sicilia. Al mismo tiempo procura con sus palabras consolar aquellos ánimos afligidos:

"¡Oh, compañeros! Les dice, ¡oh, vosotros, que habéis pasado conmigo tan grandes trabajos! Un dios pondrá término también a los que pasamos ahora. Habéis arrostrado la rabia de Escila y sus escollos, que resuenan profundamente; habéis probado también las rocas de los Cíclopes; recobrad el ánimo y deponed el triste miedo; acaso algún día nos será grato recordar estas cosas. Corriendo varias fortunas, atravesando los mayores peligros, nos encaminamos al Lacio, donde los hados nos prometen sosegado asiento; allí deben resucitar los reinos de Troya. Armaos de valor y conservaos para la próspera fortuna."

 
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