Pero no podía reivindicar la idea de haber construido y armado El Delfín, porque esta gloria pertenecía a, Jacobo Playfair, su sobrino, guapo mozo de treinta, años, el más atrevido skipper de la marina mercante del Reino Unido.
Cierto día, en Tontine-coffee-room, bajo los arcos de la sala de la ciudad, después de haber leído los periódicos norteamericanos, Jacobo Playfair participó a su tío un proyecto arriesgadísimo.
-Tío Vicente -le dijo ruborizándose como un colegial-, se pueden ganar dos millones en menos de un mes.
-¿Qué hay que arriesgar para ello? -le preguntó su tío Vicente.
-Un buque y su cargamento.
-¿Nada más?
-Sí la vida de la tripulación y de su capitán, pero esa no importa.
-Vamos a ver de qué se trata -repuso Vicente, que era aficionado a este pleonasmo.
-Es muy sencillo - repuso Jacobo Playfair -. ¿Ha leído usted La Tribuna, el New-York Herald, el Times, L'Enquirer Richmond, L'American Review?
-Veinte veces, querido sobrino.
-¿Cree usted, como yo, que la guerra de los Estados Unidos durará aún mucho tiempo?
-Mucho tiempo.
-¿Sabe usted cuánto perjudica esa guerra a los intereses de Inglaterra, y a los de Glasgow en particular?
-Y especialmente a los de la casa Playfair y Compañía -contestó el tío Vicente.
-Sobre todo a ésos -asintió el joven capitán.
-Cada día pienso más, querido Jacobo, y no sin una especie de terror, en los desastres comerciales que esa guerra puede acarrear. No quiere esto decir, sobrino mío, que la casa Playfair no sea fuerte, pero, sus corresponsales pueden quebrar. ¡Así se lleve el diablo a todos los esclavistas y abolicionistas de América!
Si desde el punto de vista de los grandes principios humanitarios, que están siempre por encima de los intereses personales, Vicente Playfair hacía mal en hablar así, le sobraba razón considerado el asunto bajo su aspecto comercial. El artículo más importante de la exportación americana faltaba por completo en la plaza de Glasgow. El hambre de algodón (literalmente the cotton famine), empleando la enérgica expresión inglesa, hacíase de día en día más amenazadora. Millares de obreros se veían obligados a implorar la caridad pública. Glasgow poseía 25.000 telares mecánicos que antes de la guerra de los Estados Unidos, producían 625.000 metros de algodón hilado cada día, es decir, 50.000.000 de libras al año. Por estas cifras puede calcularse los trastornos ocurridos en el movimiento comercial e industrial de la ciudad cuando llegó a faltar casi por completo la materia textil. Las quiebras eran continúas, todas las fábricas suspendían sus trabajos y los obreros perecían de hambre.
El cuadro de esta espantosa miseria fue lo que sugirió a Jacobo Playfair la idea su atrevido proyecto.
-Yo iría, a buscar algodón -pensó -, y lo traería aquí a toda costa.
Pero, como era tan «negociante» como su propio tío Vicente, resolvió proceder por vía de cambio y proponer la operación como un negocio comercial.
-Veamos mi idea dijo.
-Veámosla.
-Es muy sencilla haremos construir una nave de gran velocidad y de mucha cabida.
-Adelante.
-Lo cargaremos de municiones de guerra, de víveres y de vestuario.
Todo eso es fácil.
-Yo tomaré el mando del buque desafiaré en velocidad a todos los navíos de la marina federal. Forzaré el bloqueo de uno de los puertos del Sur...
-Venderás caro el cargamento a los confederados que los necesiten -añadió el tío.
-Y volveré cargado de algodón.
-Que te lo darán casi de balde.
-Exacto, tío Vicente. ¿Qué le parece mi proyecto?
-Muy bueno; pero, ¿podrás pasar?
-Pasaré, seguramente, si dispongo de un buen buque.
-Se construirá uno expresamente. Pero, ¿y la tripulación?
-Yo la encontraré: no tengo necesidad de muchos hombres. Basta, los imprescindibles para las maniobras. No voy a batirme con los confederados, sino a burlarlos.
-Los burlarás -repuso el tío Vicente con resolución -. Pero dime, ¿a qué punto de las costas americanas piensas dirigirte?
-Hasta ahora, tío, algunas naves han forzado el bloqueo de Nueva Orleáns, de Willmington y de Savannah, pero yo pienso entrar en derechura en Charleston. Ningún buque inglés ha podido anclar en su fondeadero, excepto la Bermuda; yo haré lo mismo que ésta, y si mi buque cala poco, iría hasta donde los buques federados no podrían seguirme.
-La verdad es -repuso el tío Vicente -, que Charleston está abarrotado de algodón. Lo queman para desembarazarse de él.
-Sí -agregó Jacobo -. Beauregard está escaso de municiones y pagará mi cargamento a peso de oro.
-¡Muy bien, sobrino! ¿Cuándo quieres partir?
-Dentro de seis meses. Hay que esperar a las noches largas, a las noches de invierno, para pasar con menos dificultades.
-Se hará lo que deseas, sobrino.
-Está -dicho, tío.
-Está dicho.
-Pues ni una palabras más, y punto en boca.
-Punto en boca.
He aquí explicado por qué, cinco meses después el steamer El Delfín era lanzado al agua en los astilleros de Kelvin-dock, y por qué nadie sabía su verdadero destino.