Él no pensaba que yo le oía.
Su defensa, apasionada; furiosa, era ingenua, leal. ¡Qué entusiasmo el suyo! Era ordinariamente moderado, casi frío; pero aquella noche, ¡qué exaltación!
-Le ciega la amistad -se oía por todos los rincones.
¡Qué no me hubiera cegado aquella noche a mí!
Como se recogen los restos gloriosos de una bandera salvada en una derrota, Fernando me recogió a mí, me sacó del teatro y me llevó a nuestra tertulia de última hora, en un gabinete reservado de un café elegante.