https://www.elaleph.com Vista previa del libro "El caballero del Azor" de Juan Valera (página 3) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Domingo 15 de junio de 2025
  Home   Biblioteca   Editorial      
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  (3)  4 
 

 

 

 

IV

Sin deternerse sino para tomar el indispensable descanso, llegó Plácido a la morada donde había pasado la niñez. Confiado en Dios, en su derecho y en su valentía, sin arredrarse, se acercó a la puerta del castillo.

Todo estaba mudado. En torno, soledad y silencio. Aunque era mediodía, Plácido no vio ni hombres de armas ni campesinos. El puente levadizo, tendido sobre el foso, dejaba franca la entrada. El escudo de piedra berroqueña que había sobre la puerta principal estaba cubierto de negro paño de luto.

Pronto, por un anciano criado, única persona que halló y que al desmontar le tuvo el estribo, se enteró de la inmensa desventura que abrumaba a aquella familia. Don Fruela, acusado de alta traición, estaba en Oviedo y debía ser condenado a muerte. Su acusador era don Raimundo, mayordomo de Palacio. Tres caballeros de la casa de don Raimundo estaban prontos a sostener la acusación en palenque abierto contra los defensores de don Fruela, el cual había apelado al Juicio de Dios. Pero don Raimundo era tan poderoso y temido, y por su inaudita soberbia era don Fruela tan odiado, que nadie acudía a defenderle. Sólo faltaban tres días para expirar el plazo. No bien Plácido supo todo esto, el rencor antiguo se convirtió en lástima en su alma generosa, y resolvió ser el campeón de quien tan rudamente le había ofendido, probar su inocencia y librarle de la muerte. En el castillo no había nadie sino el anciano servidor. Doña Aldonza y Elvira habían ido a Oviedo a echarse a los pies del rey y pedirle perdón, si bien con poquísima esperanza, por ser muy justiciero el soberano. De todos modos, la honra de la familia quedaría manchada.

Sin demora se dispuso Plácido a salir para Oviedo; pero antes el anciano servidor le refirió y encareció lo mucho que doña Aldonza y Elvira habían pensado en él durante su ausencia, y le dijo que habían dejado para él un presente a fin de que le recibiese y se lo llevase si por dicha aparecía por el castillo.

El anciano fue por el presente y se lo entregó a Plácido. Era una fuerte rodela, en cuya planta de acero figuraba en esmalte, sobre campo de gules, un azor, cubierta la cabeza por el capirote y asido por la pihuela a una blanca mano que parecía de mujer.

-Tú tienes en el hombro derecho dijo el anciano- grabado con indeleble marca un azor semejante al del escudo. Por él serás un día reconocido y se sabrá quiénes son tus padres. Entre tanto, mi señora y su hija te declaran y apellidan Caballero del Azor, y te dan en testimonio de ello esa prenda. Concédate Dios, Caballero del Azor, la buenaventura en lides y amores, que tanto ellas como yo te deseamos.

 

 

 

V

A lo tres días, pocas horas antes de expirar el plazo, después de reposar en Oviedo y de aprestarse para el combate, sonaron las trompetas y entró en el palenque el Caballero del Azor, con la visera calada y la lanza en la cuja.

En alta y sonora voz proclamó la inocencia de don Fruela, llamó calumniadores a los que le acusaban y retó a los tres, o sucesivamente o juntos, contra él solo. Los campeones de don Raimundo fueron sucesivamente apareciendo. Los combates, fueron cortos.

El Caballero del Azor, con pasmosa destreza y bizarría, logró que en menos de media hora los tres mordiesen el polvo, muy mal herido uno de ellos.

El gentío que rodeada el palenque rompió en estrepitosas aclamaciones y vítores. El Caballero del Azor fue llevado en triunfo a palacio e introducido en la regia cámara.

El rey, informado de todo el suceso, ansiaba verle, y más lo ansiaba aún su noble y desventurada hermana, la infanta doña Ximena, que estaba con el rey en aquel momento.

-Caballero del Azor- dijo la infanta antes de que el rey hablase--, ¿por qué llevas un azor esmaltado en la rodela?

-Alta señora -contestó Plácido-, porque lo tengo también estampado en el hombro derecho como indeleble enarca.

Doña Ximena puso entonces los ojos con cariñoso ahínco en el rostro hermosísimo de Plácido, e imaginó que veía al conde de Saldaña como estaba en su muy lozana juventud, veinte años hacía.

Ya no pudo contenerse doña Ximena; se acercó al joven, le estrechó en sus brazos v le cubrió el rostro de besos, exclamando:

-¡Hijo mío, hijo mío!

El rey depuso su severidad. y dirigiéndose al joven, le estrechó también en sus brazos, y le dijo:

-Yo te reconozco: eres mi sobrino Bernardo; te hago merced de la Casa Fuerte y Señorío del Carpio. Como Bernardo del Carpio, serás en adelante conocido y famoso en todos los países y en todas las edades. Perdonado tu padre, saldrá de la prisión y será legítimo esposo de mi hermana.

En efecto: el rey cumplió su promesa. El conde de Saldaña salió del castillo de Luna, donde estaba encerrado. Se aseó y se atavió con esmero, de suerte que todavía tenía buen ver, a pesar de su prolongado martirio.

Durante cinco días consecutivos hubo magníficas fiestas en Oviedo. Las bodas de Bernardo del Carpio y de Elvira se celebraron al mismo tiempo que las del conde Saldaña y doña Ximena.

Pocos días después pudo averiguarse que don Raimundo, el mayordomo de Palacio, había sido quien robó al niño Bernardo y quien le mandó matar, furioso como desdeñado pretendiente que fue de doña Ximena. Los sicarios, encargados de matar al niño, habían tenido piedad de él y le habían expuesto a la puerta del castillo de don Fruela. Por ésta y por otras muchas maldades que se descubrieron, se comprendió que don Raimundo era un monstruo abominable, por lo cual el rey pudo ejercer provechosamente su justicia mandándole ahorcar, como le ahorcaron con general regocijo de todos los ciudadanos de Oviedo, porque don Raimundo era muy aborrecido y porque en aquella edad tan ruda la filantropía no era cosa mayor y no infundía repugnancia la pena de muerte.

Sólo queda por decir que Bernardo fue muy feliz con su Elvira y que vivieron siempre muy enamorados, ella de él y él de ella.

 
Páginas 1  2  (3)  4 
 
 
Consiga El caballero del Azor de Juan Valera en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
El caballero del Azor de Juan Valera   El caballero del Azor
de Juan Valera

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2025 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com