CAP.1
La lluvia había cesado y el cielo se estaba despejando, los
últimos rayos del sol se filtraban entre las nubes mostrando un pictórico
atardecer.
Daniel se sentía algo cansado, pero satisfecho, seis días atrás
había terminado con la misión que lo trajo a este país; él debió supervisar el
montaje, de todo el sistema electrónico instalado en la sala de comandos, para
la nueva planta nuclear que se estaba construyendo en esa provincia. Durante los
meses en que cumplió su función, había hecho muchos amigos, quienes a su vez le
hicieron conocer hermosos lugares de la zona.
Por falta de tiempo y debido a la distancia, no fue posible que
aquellos le acompañaran, hasta una asombrosa región hacia el norte, llamada
Ischigualasto, pero que oficialmente es conocida como "Parque Nacional Valle de
la Luna".
Desde sus primeros años de universitario, él había adoptado,
primero como afición y luego; ante los áridos temas matemáticos que estaba
cursando, como método de descanso mental, la lectura de todo lo que cayera en
sus manos, sobre geología, arqueología y temas afines. Así que cuando escuchó
por primera vez, los comentarios sobre esa extraña zona, donde una combinación
de cataclismos geológicos y variaciones climáticas, no alcanzó a borrar los
vestigios de una era prehistórica.
"Cuando termine con mi trabajo, -se dijo- no he de volver a
Francia sin antes llegar a conocerlo". Los espectaculares panoramas brindados
por este viaje, superaron con creces todas sus expectativas.
Se fijó en la hora y resolvió detenerse en la próxima población
donde había, sobre la ruta, una estación de servicios con un restaurante muy
bien atendido por un matrimonio español, de lo más atento. Comería algo liviano
y repondría combustible al auto, para luego continuar su viaje rumbo a la ciudad
de Córdoba, donde debía entregar el coche al representante de la compañía; para
luego abordar el vuelo a Buenos Aires con el fin de combinar con el vuelo de Air
France, directo a París.
Entró al comedor, donde sólo había cuatro mesas ocupadas, una
pareja con dos niños, dos hombres con sendas tazas de café, que por los
portafolios que ambos tenían dedujo que serían vendedores viajantes de comercio,
un hombre corpulento, que calificó como el posible conductor de un enorme camión
que vio en la playa de la estación y sentado frente a una mesita contra los
ventanales que daban a la ruta, estaba un hombre
de cierta edad, en su cabeza ya blanqueaban las canas.