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Corría el año 1849. Un joven, alto y rubio, era el único empleado que en una mañana del mes de mayo había en el escritorio de una casa, comercial de Amberes, poco importante. El modesto empleado, en cuyos ojos azules, y dulces y soñadores, adivinábase una gran decisión, parecía, en el momento en que lo presentamos, muy interesado en la lectura de un periódico que tenía delante. Frecuentemente había levantado la vista del papel en que escribía para posarla en la publicación que, abierta, estaba sobre la mesa, y de nuevo había reanudado el trabajo, un instante suspendido, hasta que, al fin, con ánimo resuelto dejó la pluma, tomó el periódico con ambas manos y, en voz alta leyó lo que sigue: «En tal cantidad y tan a flor de tierra se encuentra el oro, que basta extender la mano para adueñarse de una fortuna cuantiosa. »Hace pocos días un marinero ha encontrado en aquel delicioso país una enorme pepita de metal aurífero, tasada en muchos miles de francos.» Al llegar a este punto en su lectura, el joven alzó la vista del papel y suspiró profundamente, precisamente en el momento mismo en que abriéndose la puerta de la estancia, entró otro joven, robusto y de negras pupilas. -El jefe -dijo el recién llegado,- ha venido hoy antes de la hora acostumbrada, y al saber que no estabas aún en la oficina, se ha puesto de mal humor. ¡Buen sermón te espera, querido Juan! -¡Bah! He resuelto abandonar este maldito oficio, que está agotando, mi juventud sin producirme honra ni provecho -repuso Juan encogiéndose de hombros. Y después prosiguió: -Libre, como el pájaro y sin más amo que Dios, voy a extender las alas, amigo Víctor, y a correr por el mundo. -¡No te entiendo! -repuso asombrado el camarada.- ¿Qué significa eso? El llamado Juan sacó del pecho un papel doblado en varios dobleces y colocándolo ante los asombrados ojos de Víctor, le dijo: -He aquí el anuncio de, La Californiana, sociedad francesa que explota las minas de oro más importantes de California. Por dos mil francos adquieres dos acciones, se te transportará California, se te costea la estancia en aquel país maravilloso y tienes, además, derecho a la mitad del oro, que se vaya recogiendo. Mi padre me ha enviado el dinero necesario, y aquí me tienes socio de La Californiana. -¿De veras? -preguntó Víctor, asombrado. -En breve, partiré para el país del oro, en el vapor Jonás. -¡Quién pudiera hacer lo mismo! -Acepta el ofrecimiento del tío de Lucía, que te ha ofrecido el dinero para ello. Cuando vuelvas, te casarás con la sobrina. -No quiero abandonar a mi madre. -¿No será que tienes miedo? -¡Miedo! ¿No sabes que ese viaje es mi obsesión, mi sueño, puesto que me permitiría casarme con Lucía y recompensar a mi madre de todos los sacrificios que ha hecho y hace por mí? ¿ Cómo he de temer ir a California si mi felicidad y la de mi madre están allí? ¡Si pudiera acompañarte! -No hay más que hablar. Iremos juntos. Hoy mismo hablaré al capitán Morrelo en el café, y la convenceré de que debe ayudarte. -¡Chitón! ¡El jefe! -exclamó Víctor imponiendo silencio a su joven camarada. -Bien. No le digas nada, de mi viaje. Mi padre podría variar de opinión y... -Descuida. Ambos jóvenes se inclinaron apresuradamente sobre el papel y empezaron a escribir con febril actividad, afectando hallarse muy abstraídos en el trabajo. |
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