En un país vivía cierta vez un liberal, el cual
era además tan franco, que, antes de que nadie dijese una palabra, ya
estaba clamando a voz en cuello: " ¡Ay, señores,
señores! ¿Qué hacen ustedes? ¡No ven que se
están buscando su propia ruina?" Pero nadie se enfadaba con
él por ello, al contrario, todos decían: " ¡Dejadle que
advierta, para nosotros es mejor!"
-Tres factores -afirmaba- constituyen los pilares de toda
sociedad: la libertad, el bienestar material y la iniciativa personal. Si una
sociedad está privada de libertad, eso significa que vive sin ideales,
sin ignición del pensamiento, carente de base para la creación, de
fe en sus futuros destinos. Si una sociedad se da cuenta de que no tiene
bienestar material, eso le imprime el sello del abatimiento y la hace
indiferente respecto a su propia suerte. Si una sociedad carece de iniciativa
personal, es incapaz para regir sus propios asuntos e incluso poco a poco va
perdiendo el concepto de la patria.
Así pensaba el liberal, y, hay que decir la verdad,
pensaba bien. Veía que por doquier los hombres vagaban a la ventura, como
moscas envenenadas, y razonaba: "Esto proviene de que ellos mismos no se
sienten rectores de sus destinos. Son forzados para quienes la felicidad o la
desdicha vienen sin previsión alguna por su parte, galeotes que no se
dejan llevar sin reservas por sus sentimientos, porque no pueden determinar si
en realidad éstos son tales o mera fantasmagoría". En
resumidas cuentas: creía firmemente que sólo los tres factores
mencionados podrían dar a la sociedad sólidos cimientos y reportar
todas las demás venturas necesarias para el desarrollo de la misma.