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I
El despertar


Sintió ruido, abrió los ojos y vio una persona de espaldas levantando la cortina de la ventana. El sol hirió sus ojos y se dio vuelta en la cama cuidando las vistas. El hombre le observó creyéndolo dormido, se retiró en silencio y cerró la puerta con cuidado, entonces volvió a mirar y descubrió que estaba acostado en la cama de una habitación desconocida. Había un ropero, dos puertas arriba y debajo cajones, una mesita de luz con una portátil y nada más. La puerta del dormitorio era blanca y las paredes celestes. El techo también era blanco. Frente a él había un cuadro colgado de la pared, era un paisaje en el cual se veía un arroyo, patos nadando y dos niños sentados en la ribera comiendo algo. A lo lejos una casa grande de madera echaba humo alegremente por la chimenea ennegrecida. Junto al agua descansaban conversando dos sauces llorones y algunas sabandijas retozaban en los pastos. Le agradó el cuadro. Estaba acostado en una cómoda cama sencilla de hierro pintada de blanco. Parecía de hospital. Miró hacia la ventana y se sorprendió encontrarla enrejada. Afuera asomaban las copas de algunos árboles, un cielo celeste y unas nubes blancas atrapando patos negros que volaban en ringlera. Se sentó en el borde de la cama, tenía puesta ropa de dormir. No sabía si en el exterior hacía frío o calor. Se dirigió hacia la ventana. Dos jovencitas caminaban por un sendero hacia un gran edificio, en minifaldas y blusas de manga corta. Se veía en la entrada de la construcción varias personas que también estaban vestidas con ropas livianas. Decidido, se quitó la ropa que tenía puesta, buscó en el ropero y encontró calzoncillos cortos de color blanco con rayas rojas, unas camisillas blancas de algodón y constató que le quedaban a medida. Se puso una camisa color crema de manga corta y unos pantalones livianos de color gris perla. Buscó un espejo para ver cómo le quedaba la ropa y no lo encontró. No tenía la menor idea de cómo se veía, quedó indeciso. Se abrió la puerta y apareció una bonita joven de unos veinticinco años, que se quedó asombrada mirándolo. Reaccionó rápidamente.
–Buen día.
–Buen día. –Respondió él mirándola extasiado.
–Veo que durmió bien.
–Perdone, ¿quien es usted?
–Su enfermera.
–¿Mi qué?
–Si me disculpa vuelvo enseguida –y salió de estampida.
Apareció con una señora que aparentaba unos cuarenta años y un señor de túnica blanca en la que leyó Dr. Tomás Ferreira. Ambos le saludaron alegremente.
–¿En dónde estoy?
–No se acuerda de nada, supongo –aseveró el doctor.
–¿De qué me tendría que acordar?
–Quien es y que hace aquí.
El joven se quedó pensando unos instantes.
–Soy Gabriel Marizcurrena y vivo... no me acuerdo.
–¿Que fecha es hoy?
–Ni idea.
–¿Cómo vino a parar aquí?
–Si usted me lo dice...
–Perdió la memoria en la última sesión de tortura, luego padeció una crisis de violencia, tristeza, malhumor e inestabilidad emocional. Su abuela nos lo trajo y hace más de dos años que es residente en nuestro instituto, desde 1982. No es un manicomio, es un lugar de recuperación psíquica. Hoy es 27 de setiembre de 1985 –intervino la enfermera–. ¿Sabe en qué fecha nació?
–El 23 de setiembre de 1965. Entonces hace cuatro días que cumplí veinte años. Tengo presente qué bien lo pasé en 1971 cuando cumplí seis añitos. Al año siguiente en marzo entré en la escuela. Al cumpleaños que siguió invité a los amigos de clase. El primero de marzo de 1973, teniendo siete años, entré a cursar segundo año escolar y en setiembre de ese año, cuando cumplí ocho años, mis padres me regalaron una bicicleta. Entonces había unos líos bárbaros con el gobierno. El presidente había dado en junio un golpe de estado y estaba llevándose presa a mucha gente. Nos mudamos de casa en febrero de 1974. Cambié de escuela y pasé a cuarto año cuando ya había cumplido nueve años. El año siguiente mi cumpleaños fue triste, todos los conocidos de mis padres tenían miedo.
–¿Recuerda a sus padres, a su abuela? –Le preguntó el doctor.
–Mi abuela es una vieja bruja, mi padre fue asesinado por los milicos de la dictadura en 1975 y mi madre desapareció. ¿Se sabe algo de ella, que dicen los milicos?
–Su madre sigue desaparecida y la dictadura no existe más. En el ochenta llamaron a plebiscitar un proyecto de reforma constitucional para perpetuarse en el poder legalmente y fueron derrotados. En 1981 los militares destituyeron al civil golpista y nombraron en su lugar a un general. Entregaron el gobierno a los civiles luego que no pudieron soportar la presión del pueblo. Llamaron a elecciones en 1984 y actualmente hay un presidente de derecha, pero se puede opinar y escribir sin que a uno se lo lleven detenido. Me alegro que haya vuelto, veo que aún conserva su antiguo rencor hacia la madre de su madre.
–Nunca quiso que se casaran y le hizo la vida imposible a mi padre. Aún no sé si no estuvo implicada en su detención.
–De eso hablaremos más tarde. Cuanto más recuerde más rápido se mejorará y nos abandonará. Ahora va a ir a desayunar y Rosita le mostrará cómo vivimos.
–Ni siquiera tengo espejo.
–Lo vamos a cambiar de habitación y posiblemente tenga un compañero de pieza. Antes que nada quiero informarle que está en una clínica, sanatorio y a la vez residencial psiquiátrico. Usted es una persona inteligente y entendemos debemos ubicarlo claramente en su situación actual. Conviene que sepa en que condiciones y ambiente se encuentra. Ese conocimiento le ayudará en su recuperación. Aquí tratamos e intentamos curar a pacientes con afecciones psiquiátricas, trastornos que requieren hospitalización, procesos graves de alteración del pensamiento, procesos psicóticos, alucinaciones, desvaríos, pérdida de contacto con la realidad, esquizofrenia descompensada con ideas delirantes fuertes, depresión, la enfermedad más corriente, angustias, intentos de suicidio, episodios maniáticos violentos y por último cleptómanos, alcohólicos y drogadictos. Para ello se requiere buenas y variadas técnicas de rehabilitación psicosocial y psicomotriz. Utilizamos técnicas multidisciplinarias rehabilitadoras. El paciente debe estar ocupado, entretenido y acompañado, con educación y apoyo permanente. Creemos que la única manera de recuperar a los enfermos es, sin duda alguna, mediante la atención de médicos psiquiatras, especialistas en diversas áreas, enfermeras y enfermeros, personal auxiliar eficiente, educadores y psicólogos. Consideramos al paciente de forma integral, el tratamiento farmacológico y clínico, si bien existe, es para nosotros secundario porque buscamos que ustedes recompongan los vínculos a través de talleres, relaciones con sus pares, estudios varios, ejercicios físicos y actividades artísticas y culturales. De esa manera buscamos poder reintegrarlos a la comunidad.

 
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Despertar en primavera de Héctor De Bethencourt Vidal   Despertar en primavera
de Héctor De Bethencourt Vidal

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