PRÓLOGO
Durante estos años que he vivido en Buenos
Aires he conocido a muchas personas que han visitado Cuba. Les pareció un país
maravilloso y lo más común es la simpatía que les produce las bondades del
experimento cubano después de la vasta experiencia de dos largas semanas en la
Perla del Caribe, hospedarse en un hotel cinco estrellas, gozar de la vidriera
preparada para ocasiones como esta, venir cargado de temas de la nueva trova y
de algunos puros fuera del alcance de los flacos bolsillos isleños.
La sensualidad del clima caribeño les regaló a su asombro los
logros que ese país bloqueado ha podido obtener. Casi siempre me prometen la
colección de Silvio Rodríguez sin preguntarse si a mí me gusta o no y la promesa
de un puro que nunca llega.
Quedo pensativo después de cada encuentro y me pregunto: ¿Por qué
seremos tan mal agradecidos los hijos de esa bendita tierra? ¿Cómo es posible
que un turista capte tan rápidamente lo que a nosotros una vida no nos
alcanzó?
Por lo general terminan disgustados porque no salto en un pie ni caigo
boca arriba para que me froten la panza cuando me cuentan las cosas
extraordinarias que han encontrado y otras de las que mucho habían disfrutado.
Me miran con desconfianza y piensan que soy uno más de los que se fueron del
país y traicionaron la gesta heroica del pueblo cubano. Fue mi esposa la que me
sugirió que contara algo acerca de mi vida, para que quienes llegan
deslumbrados, comprendan. Esto me motivó a escribir algunas anécdotas que
transitan desde una entrega total al proyecto que comenzó en 1959 hasta mi
frustración y alejamiento en el año1994.Aprovechando la visita de mi buque a
puerto Madryn tomé la decisión de encaminar mi vida por otros cauces, haciendo
uso de ese derecho inalienable y tan limitado por los gobiernos totalitarios de
cualquier signo ideológico, de no permitir a un ciudadano cualquiera ejercer la
opción de elegir cual es el destino que desea para sí.