Patrick Stuart estaba de enhorabuena: como reconocimiento al éxito que había alcanzado, proviniendo de un barrio tan marginal como el suyo, acababan de regalarle una furgoneta de lujo. Sólo había un pequeño problema: alguien se había confundido y le había entregado la furgoneta a otro Pat, otra Pat en realidad, que, por un estúpido malentendido, se había hecho con la llave de su futuro.
Esa mujer era un peligro: tan rubia y tan valiente que suponía un riesgo para su soltería. Trabajaba como asistente social con menores, y Patrick daría cualquier cosa, incluida su nueva furgoneta, con tal de evitarlos. Sería mejor que tuviese cuidado porque estaba a un paso de llevar una pegatina en el coce: "No corras, papá".
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