Un pobre indio de las montañas llega a ser presidente de la República de México. Las revoluciones no lo inmutan. A todo se sobrepone. La fatalidad se cierne sobre su familia; pierde a sus hijos, se separa de su esposa, vive perseguido. Nada lo hará desviarse un ápice del camino trazado.
Pero su gran carácter se revela plenamente cuando el suelo patrio es invadido por ejércitos extranjeros. Entonces el indio Benito Juárez siente circular en sus venas la sangre de los antiguos zapotecas y durante cinco largos años defiende con uñas y dientes, solo, abandonado, desarmado y sin dinero, la integridad de la tierra de sus mayores. Su figura se agiganta. El mundo entero se conmueve ante la grandeza de su gesto. Víctor Hugo le dedica palabras inflamadas de entusiasmo. Garibaldi lo llama uno de los suyos. América toda se levanta para tributarle un testimonio de admiración y agradecimiento.
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