Intervenir con psicofármacos en la vida de un niño es una cuestión compleja y delicada. Sin embargo, los criterios de uso de los psicofármacos en la infancia no siempre se hacen eco de estas complejidades.
En los últimos años asistimos no sólo al avance cuantitativo de los psicofármacos sino también a un avance del lenguaje de los psicofármacos. Una impregnación que puede llevar a que la "verdad" de un sufrimiento se vea reducida al nombre de un neurotransmisor ausente y una "enfermedad", paradójicamente, lleve el del remedio que se instituye para "curarla".
En nuestra clínica con niños muchas veces la gravedad de los cuadros nos lleva a toparnos con inercias y estereotipias, con bloqueos o desbordes que paralizan el juego. En esas situaciones, cuando "no hay otro remedio", las intervenciones psicofarmacológicas combinadas con intervenciones psicoanalíticas pueden abrir vías a un despliegue lúdico y simbólico e inhibir, por lo contrario, circuitos de goce y padecimiento.
La importancia de los psicofármacos no estriba en adaptar, aunque tiendan a hacerlo. Tampoco enseñan nada ni aportan la felicidad que publicitan pero pueden en cambio, por "via di levare", apartar lo que sobra y permitir el depliegue de lo atrapado entre las rocas de un pasado hecho estatua. Pueden contribuir así, empleados muy acotada pero criteriosamente, al despliegue de un jugar que no solo reproduzca o imite, de un jugar que permita al niño inventar al hombre.
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