En el corazón del barrio de la Chacarita, la calle Leiva produce historias: las que la vivaz protagonista va descubriendo asomada a la ventana del almacén familiar. Desde ese lugar de privilegio, paso obligado de todo el vecindario, observa, escucha y cuenta a los "taitas" judíos y malevos, mientras despierta al sexo, se hipnotiza con La patrulla de caminos y colecciona figuritas de Gregory Peck. Allí encontramos a Shímele, que acaricia y besa en público a su hermana Guítele, escandalizando a todo el barrio; la tía Jane, la tía Blime y el zeide Abraham y las celebraciones de los Peisaj; los gemelos burreros y don Eno, el capitalista de la zona, quien tras la farmacia disimula las apuestas de quiniela; los negros Torres, "la peor leyenda del barrio"; la sensualidad de la Chochi y la de American Clú, para quienes el mundo se divide en guachos y yeguas; la sagrada hora de la siesta, cuando las señoras cosen y el murmullo de las solteronas despierta la curiosidad de los chicos. Con ternura e ironía, Manuela Fingueret da vida a personajes llenos de color, anhelos y frustraciones, mientras entreteje y desgrana historias de una Buenos Aires que se despabila entre el peronismo y el 55. Desde un inquilinato con malvones y madreselvas o la Sociedad "Servicios y Urbanidad del Barrio de Chacarita" hasta el Lorraine y el bar La Paz, la protagonista crece y se asoma al mundo para descubrir "que los aromas de la infancia se agazapan en el lugar más protegido del alma y se vuelven inviolables a pesar de los intentos por arrancarlos para sobrevivir".
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