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Esperando a mi padre


No se puede comprender la historia de nuestra familia sin conocer el contexto histórico en el que vivieron mis padres, que directa o indirectamente determinó nuestras vidas. Como ya dije, en Yugoslavia había surgido antes de la Segunda Guerra Mundial, un movimiento de resistencia popular que dio origen al ejército guerrillero de partisanos, en el que participaron todas las nacionalidades que conformaron el país. Durante el desarrollo de la guerra se sumó un movimiento de resistencia nacionalista dirigido por el coronel serbio Mihailovic y formado en parte por nacionalistas chetniks que eran anticomunistas. Si bien entre estos últimos y los partisanos había grandes diferencias ideológicas —quizás algo similar a lo que había sucedido entre republicanos, comunistas y socialistas durante la guerra civil española—, se unieron con el objetivo de derrotar a las fuerzas del Eje (integrado por Alemania, Japón e Italia). En conjunto, fueron capaces de vencer a las tropas alemanas de ocupación. Esa idea también era apoyada por los chetniks. La acción conjunta de todas aquellas fuerzas guerrilleras liberó a Yugoslavia de los ocupantes alemanes antes de que las tropas soviéticas invadieran el país en octubre de 1944. A diferencia de lo que había sucedido en otros países que quedaron dentro de la esfera comunista tras ser liberados por el ejército soviético, Yugoslavia permaneció independiente de la URSS. El triunfo de aquellas fuerzas derivó en un experimento único de colaboración entre las diferentes nacionalidades, culturas y religiones en una república socialista de tipo federal. Mientras tanto, en Inglaterra se había constituido un gobierno serbio en el exilio que, fiel a la propuesta de las grandes potencias occidentales, pretendía unificar el país bajo un régimen monárquico. La lucha entre los comunistas y los nacionalistas conservadores hizo que la solución de la instalación de un rey (la construcción de un gobierno común dirigido por el rey Pedro II) postulada por los partidarios de la unificación entre los comunistas y los monárquicos fuera imposible. A Tito le costó mucho conformar a todos los que habían colaborado con él desde el comienzo de la lucha partisana. De hecho, el nuevo gobierno dejó afuera a los monárquicos, aunque Tito había invitado a formar parte de su gabinete a algunos miembros del gobierno en el exilio, como Iván Subasic. En la Yugoslavia de posguerra terminó por instalarse el régimen comunista pero, a diferencia de los demás países del este europeo, no se alineó con la Unión Soviética y mantuvo una política exterior abierta.
Me resulta muy difícil comprender la política de los Balcanes, y en particular la de Yugoslavia, y más aún el rol que desempeñó mi papá en ella. Dispongo de datos que certificarían que mi padre fue delegado de los partisanos de Tito en Rumania durante la Segunda Guerra. Probablemente participó luego de la formación del nuevo gobierno. Y no me cabe duda de que el destino de mi padre tuvo que ver con aquellas luchas internas, aunque solo dispongo de algunos indicios recogidos hace poco tiempo.
La última imagen que conservo de él se remonta a una mañana lluviosa de octubre de 1946, cuando yo tenía casi cuatro años. Como todos los días, después del desayuno se despidió cariñosamente. Y nunca más lo vi. Mi niñera me decía que tenía que rezar pidiendo que mi papá regresara. Pero, aunque lo hice noche tras noche, los rezos fueron inútiles. Jamás volvió. Mi mamá estaba embarazada de dos meses y mi hermanita Ljubi no llegó a conocer a su padre.
Dejé de tener niñeras, viví en otros países y a mis ocho años nos instalamos en la Argentina, en Buenos Aires. Mi madre se volvió a casar y su marido nos adoptó como hijas.
A mi padrastro le gustaba la música clásica y acostumbraba escuchar Radio Nacional. Pronto descubrí que, además de música clásica, a determinada hora esa emisora transmitía un programa breve de la Cruz Roja Internacional, en el que familiares sobrevivientes de la guerra o refugiados buscaban a parientes, y a la inversa. Todo el programa radial no debía durar más de diez minutos. Como un soldado, no pasaba un día sin que sintonizara la radio a esa hora, aguardando oír el mensaje de mi padre. Yo esperaba que mi papá nos buscara. Cada tarde terminaba con una desilusión, que sólo yo conocía.

 
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