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LEAR.-Callaos, Kent. No os coloquéis entre el león y su furor. La amé con ternura y esperaba confiar el reposo de mis ancianos días a los cuidados de su cariño. (A Cordelia.) Sal, y aléjate de mí presencia. Que venga el príncipe de Francia y... ¿no se me obedece?... y el duque de Borgoña. Vos, Cornouailles, y vos, duque de Albania, repartíos el tercer lote, añadiéndole al dote de mis otras dos hijas. Sírvala a ella de esposo el orgullo que nos vende como ingenuidad. Os invisto a entrambos de mi poder, de mi soberanía y de todas las prerrogativas anejas a la majestad. Nos y cien caballeros que reservamos para nuestra guardia y que se alimentarán a vuestras expensas, viviremos alternativamente en vuestras dos cortes, cambiando cada mes de residencia. Para mí sólo conservo el nombre de rey, los honores a él inherentes; la autoridad, las rentas y la administración del imperio, vuestras son, hijos míos, y para rectificar este contrato, tomad mi corona (se la entrega) y repartíosla.

EL CONDE DE KENT.-Augusto Lear, vos, a quien siempre honré como a rey, a quien siempre amó como a padre, y a quien siempre seguí como a señor: vos, a quien en mis preces he implorado siempre como a mi ángel tutelar...

LEAR.-Armado está el arco y tendida la cuerda; evitad la flecha.

EL CONDE DE KENT.-Caiga sobre mí; aun cuando su punta me atraviese el corazón. Kent no olvida las conveniencias cuando su rey delira. Anciano ¿qué pretendes? ¿esperas que el miedo imponga silencio al deber, cuando, seducido por vanas palabras, inmolas tu poder a la lisonja? El honor debe la verdad a los reyes, cuando la majestad cae en demencia. Guarda tu soberanía. Enmienda, con más maduro juicio, tu monstruosa imprudencia. Te aseguro, bajo mi fe, que tu hija menor no es la que menos te ama; un timbre de voz tímido y modesto no es, ordinariamente, eco de un corazón vacío e insensible.

LEAR.-Kent, por tu vida, no prosigas.

EL CONDE DE KENT.-Nunca estimé mi vida sino como una prenda consignada por ti contra tus enemigos, ni nunca temeré perderla cuando en ello se interese tu seguridad.

LEAR.-¡Aparta de mi vista!

EL CONDE DE KENT.-Reflexiónalo bien, Lear; sufre en tu presencia a un hombre veraz.

LEAR.-¡Por Apolo!

EL CONDE DE KENT.-¡Por Apolo, ah rey! ¡en vano juras por tus dioses!

LEAR (echando mano a la espada.)¡Vasallo! ¡infiel!

LOS DUQUES DE CORNOAUILLES Y DE ALBANIA.-¡Deteneos, señor!

EL CONDE DE KENT.-Da, si quieres, la muerte a tu médico; pero al menos emplea en curar tu mal funesto el salario que le hubieses dado. Revoca tu decreto de partición, o mientras mis labios puedan articular una palabra, diré que obras mal.

LEAR.-Escucha, rebelde. Has intentado hacernos violar nuestro juramento, a lo cual nunca nos habíamos atrevido. Cediendo a un obstinado orgullo, has procurado interponerte entre nuestro decreto y su ejecución. Nuestro carácter y nuestro rango no pueden tolerar el primero de estos excesos, ni todo nuestro poder lograría legitimar el segundo. Recibe tu salario, pues. Te concedemos provisiones para que te alimentes durante cinco días, pero al sexto habrás de salir de nuestro reino, y si el décimo día tu cuerpo se encontrase en el recinto de nuestros dominios, será aquel momento el de tu muerte. Huye. ¡Por Júpiter! no esperes que revoque mi sentencia.

EL CONDE DE KENT.-¡Sé feliz, oh rey adiós! Ya que así quieres portarte, la libertad está lejos de tu presencia, y a tu lado el destierro. (A Cordelia) Joven, ¡protéjante, los dioses, ya que piensas con justicia y hablas con cordura! (A Regan y a Goneril) Y vosotras ¡ojalá vuestras acciones respondan al énfasis de vuestros discursos, y vuestras protestas de ternura queden justificadas por los efectos! De esta suerte ¡oh príncipes! se despide de vosotros Kent, transportando su vejez a nueva patria y entregándose, en su edad, a nuevas costumbres. (Sale.)(Entra el conde de Glocester con el rey de Francia, el duque de Borgoña y su séquito.)

EL CONDE DE GLOCESTER.-¡Noble soberano! He aquí a los príncipes de Francia y de Borgoña.

LEAR.-Duque de Borgoña: a vos dirigimos nuestras primeras palabras, a vos que os declarasteis rival del rey de Francia en demanda de la mano de nuestra hija. ¿Qué dote exigís con su persona? ¿Qué negativas paralizarían vuestros amorosos intentos?

EL DUQUE DE BORGOÑA.-Noble rey: no pido más que lo que vuestra alteza ofreció, y vos no querréis, ciertamente, cercenar nada de vuestras ofertas.

LEAR.-Noble duque de Borgoña,, mientras nos fue cara, la estimábamos digna de esa dote; pero hoy ha desmerecido mucho en precio. Vedla ante vos, señor: si alguna parte de su mezquina persona, o su persona entera, con nuestra aversión por añadidura, os conviniera y agradara, sin más acompañamiento, podéis tomarla, vuestra es.

EL DUQUE DE BORGOÑA.-No sé qué contestar.

LEAR.-Podéis tomarla con las desgracias inherentes a ella, desheredada de mi cariño, y adoptada recientemente por mi odio, dotada con mi maldición y proscripta de mi familia por juramento inviolable.

EL DUQUE DE BORGOÑA.-Perdonad, señor; una elección no se determina sobre semejantes condiciones.

LEAR.-Pues bien, señor, dejadla; pues, por la potencia que me creó, acabo de exponeros toda su fortuna. (Al rey de Francia): En cuanto a vos, ¡oh gran rey! no quisiera yo que vuestro amor os cegase hasta el punto de casaros con el objeto que odio. Así, pues, os conjuro que llevéis vuestra inclinación a otro objeto más digno que una desventurada de quien la misma naturaleza se avergüenza.

EL REY DE FRANCIA.-No atino a comprender cómo la que poco ha era vuestra hija predilecta, tema de vuestras alabanzas, y encanto de vuestra vejez, haya podido, en rápido instante, cometer una acción tan monstruosa que merezca verse despojada de todos cuantos dones la habíais prodigado. Seguramente su ofensa ha de ser de un género antinatural, un prodigio de atrocidad; o bien el afecto que antes le asegurasteis solemnemente, se ha pervertido por extraña manera. Y creer de ella ese prodigio, es un hecho sobrenatural que repugna a mi razón y que, sin un milagro, jamás creería.

CORDELIA.-Una postrera súplica dirijo a vuestra majestad. Confieso que no poseo ese lenguaje meloso, ese arte de prodigar vanas palabras. Lo que resolví lo hago antes de hablar de ello. Dignaos declarar que, si pierdo vuestro afecto y vuestras bondades, no es porque esté mancillada con algún crimen o vicio, ni por haber deshonrado mi sexo con alguna bajeza o acción indigna de mí, sino que toda mi falta consiste (y esta privación es mi riqueza) en no tener un ojo ávido que sin cesar mendigue, ni una lengua que dista mucho de envidiar, aun cuando me cuesta la pérdida de vuestra ternura.

 
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