Algo andaba faltando.
De manera que, vaya petulancia, decidí escribir yo mismo otro
Ayudante Práctico. Uno que los lectores pudieran consultar sin miedo, que
compartiera con ellos la pasión por el oficio, que les charlara como un amigo,
café mediante. Lo imaginé de gorra y overol, horadando una página con su
lapicera colosal cargada de literatura. Llamando constantemente al trabajo y al
amor por los libros. Proponiendo cientos de ejercicios, alentando a los
primerizos, dándole la palabra a gente que sabe mucho más que yo sobre el
asunto.
Y el Taller de corte & corrección se fue escribiendo
solito, sin angustias y sin pausas. Con mucha alegría. Durante tres meses de
fiebre y delicia, nunca dejé de tener al lado de mi Macintosh a los
quichicientos talleristas que me permitieron trabajar con ellos. Me puse a
recordar mis primeras experiencias con la escritura, el taller que Liliana Heker
empezó a coordinar en la Escuela Literaria del ift en 1979, mis encuentros con
Santiago Kovadloff en 1982 y con Vicente Battista, para la época de El
fantasma del Reich. Pensé, sobre todo, en los problemas de mi propio estilo,
considerando que ya había acumulado una buena cantidad de imprudencias y
equivocaciones en mis seis libros previos. Me armé con el mejor arsenal
disponible, los autores que me fueron acompañando toda la vida: Pound, Joyce,
Poe, Borges, Kafka, Cortázar. Los puse frente a mis lectores para que ningún
amante de la literatura perdiera de vista a los modelos. A cada rato me sugerían
cosas, que procuré incorporar a Taller de corte & corrección sin
abrumar a nadie.
Pertenezco a la clase de ilusos que todavía creen que la
literatura es un acto de comunicación. Incitado por semejante espíritu
subversivo, en esa guía para la creación literaria intenté ser claro, incluso
ameno. Al escribir cada una de las cien notas que componen el libro, quise
tratar al lector como me gusta que me traten a mí cuando leo. Procuré que
desconfiara, como yo mismo, de toda preceptiva: en el arte no existen los dogmas
ni las recetas infalibles. Sí poéticas, sí experiencias, sí lecturas
aprovechables, sí artistas que no vacilan en iluminarnos con su palabra. Lo
dicho: ojo con las varitas mágicas. Esto es algo que repito en el libro como
veinte veces. Más de uno me lo ha agradecido.