Capítulo I
Lluvia gris
Caía de nuevo la lluvia, no paraba de llover. Este otoño eterno
recorría la ciudad, la luz achocotalada y triste mataba los deseos, y el bloc
caído de sueños de fresa que ya no dice nada, que no se abría.
Las palabras rancias que transmitían eran el pago de su
esclavitud, se marcharon en un camino confuso apedreado de cemento. Se escurrió
entre las juntas volviéndose moho.
Una alfombra de paraguas deslizaba las gotas, rostros
escondidos zarandeaban lo justo para no chocar. Temblaba el aleteo de palomas
refugiadas en los caños de la azotea de un viejo caserón. Alborotado palpitaba
el plástico que cubría los puestos callejeros, tapando la mercancía de la
descarga de las nubes. Entraba en escena de improviso el viento, era cuando
nadie se lo esperaba. Las alcantarillas rebosadas de agua, se habían atrancado y
la escupían cuando llegaba.
La piel negra manchada de barro, su suela carcomida, los
cordones abiertos despuntados remaban en el charco, de un puntapié lanzó a un
naufrago ahogado. Una rata del asfalto, la pisotearon decenas de tacones, de
suelas, de ratas de ciudad al pasar.