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Por otro lado, en este libro, voy a complementar las clásicas causas psicobiológicas y ambientales de las enfermedades con aquellas que yo denomino “causas ideológicas”. Antes de continuar, quiero aclarar qué entiendo por “ideología”. Creo que constituye una poderosa herramienta de control social, y que se utiliza para quitarle la libertad al ser humano, convirtiéndolo en parte de una masa manipulable. Las causas ideológicas son también demandas encubiertas que, cobran suma importancia en esta época, dados, el fenomenal despliegue mediático y los astronómicos presupuestos que muchas multinacionales y corporaciones dedican a tal propósito. Por ejemplo, podremos ver cómo la industria del turismo contribuyó a modificar la percepción que los turistas poseen sobre el hecho de disfrutar y sobre el tipo de viaje que realizan (en “¿Europa o Eurolandia?”), cómo la ciencia, si se cierra sobre sí misma, se puede transformar en seudocientífica (en “Ciencia y seudociencia: ¿cuál es cuál?”), cómo la hipertensión arterial puede deberse a sentimientos promovidos por fenómenos simbólicos y metafóricos (en “Tensión arterial: ¿una medida de la presión psicológica?”), o cómo los laboratorios internacionales apuestan a la cronificación de algunas enfermedades, y a la invención de otras, para incrementar sus ganancias con la venta de fármacos (en “Hasta la rebeldía es una enfermedad”).
También podremos apreciar las antinomias y los conflictos que ha producido el uso interesado de ciertos conceptos: “materialidad versus espiritualidad”, “cientificismo versus sabiduría”, “cultura versus singularidad”. También utilicé algunos de estos enfrentamientos de conceptos para denominar los respectivos capítulos.
En cuanto a los aspectos singulares del proceso salud-enfermedad, los podremos apreciar con mucha más claridad en los casos psicobiográficos, que prosiguen a esta introducción. Me parece más apropiado partir desde la singularidad de las personas, para que se pueda vislumbrar la complejidad que encierra cada vida, y cómo desde los primeros a años de vida se va constituyendo el germen de la ideología en nosotros. De este modo, nos hallaremos en mejores condiciones para defendernos de ella. Entre otras formas, podremos relativizar los reduccionismos tranquilizadores a los cuales muchas veces adherimos sin cuestionarlos. Muchos de ellos son producidos en forma expresa para anestesiar nuestro pensamiento. Lamentablemente, hoy en día la férrea e inhumana competitividad empresarial global ya no deja resquicios sin colonizar, y la tentación de embotar nuestros sentidos en pos de las ganancias ya es un hecho concreto de nuestra sufriente realidad cotidiana.
Todas estas antinomias y cuestiones ideológicas producen en la gente confusiones, conflictos y ansiedad, con sus inevitables consecuencias en el nivel de la salud. Sabemos que es muy difícil detener la voraginosa marcha del mundo actual solo con argumentos vinculados al beneficio individual. Sería mejor que se lo intentara mediante una causa mundial —una causa que debería interesarles a casi todos—, como la preservación del ecosistema planetario. La moraleja de que “si salvamos al mundo nos salvamos a nosotros mismos” constituye el remedio que vislumbro para que —en tal caso— también la vida individual se sume a la armonía de nuestro hábitat natural. De ese modo, la gente ya no se hallaría tan tironeada, como hasta ahora, por el monopólico paradigma mercantil. Tampoco se vería tan impulsada a cumplir con casi todas las pautas ideológicas que se le imponen. Con la medida de preservar el planeta —legislada debidamente, y en forma global—, habríamos dado un gran paso, pero no solo en pos de la salud de la Tierra, sino también en pos de la salud de cada uno de nosotros.
Un requisito crucial para que se pueda consolidar esta propuesta es que se logre una mayor equidad en la distribución del ingreso. Es absolutamente inmoral —y, en un futuro no demasiado lejano, podría llegar a ser apocalíptico— que menos de cien personas posean más de la mitad de la riqueza total del planeta. Ese es un lujo que la sustentabilidad de nuestro albergue ya no se halla en condiciones de sostener. Dicho de otro modo: es fundamental que el capitalismo se vuelva más humano, en pos de la armonía de los habitantes del mundo y de la relación de estos con el ecosistema.
La salud humana no es una cuestión meramente individual, sino que, como veremos a lo largo de nuestro recorrido, está muy vinculada al modo de vida cultural, y este, hoy más que nunca, está estrechamente relacionado con los intereses de las multinacionales.

 

 
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Trampas que enferman: Cómo los anzuelos ideológicos nos colonizan la mente y nos quitan la salud  de Jorge Ballario   Trampas que enferman: Cómo los anzuelos ideológicos nos colonizan la mente y nos quitan la salud
de Jorge Ballario

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