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El otro es igual a nosotros, con los mismos dolores, anhelos, miserias, y nos necesitamos mutuamente para desarrollarnos. Comprender esto nos puede hacer sentir la hermandad, un poco más de compasión, un poco más de alegría, un poco más de ironía. A veces nos sentimos tan diferentes de los otros, tan superiores por razones culturales, o económicas o de belleza personal. O todo lo contrario, nos creemos inferiores, insípidos y sin valor alguno. Darnos cuenta de que el otro es como nosotros, ni más ni menos, deseando, probando y fracasando, puede ayudarnos a soltar un poco la importancia personal de creernos solos, o creernos más, menos o únicos.
Esto lo abordaremos específicamente en el capítulo 7: “Dinámica del Vínculo” y en los capítulos 8 y 9 :“El ayudado” y “El ayudador”.

Recibir activamente
Hemos recibido la vida de nuestros padres, y la hemos tomado; por eso estamos vivos. Luego hemos recibido todo lo demás: la tierra que pisamos, el aire que respiramos, el alimento con que nos nutrimos, el vestido con que nos cubrimos, el albergue que nos protege, los estudios que nos forman, los libros, el trabajo, los amigos.
Es curioso cómo muchas veces reclamamos “yo no he recibido nada”.¿Quién no ha pensado alguna vez, o no ha oído a alguien decir: “a mí nadie me ayudó”? ¡Qué sinsentido! Si todo lo que tenemos lo hemos recibido. Pero justamente la vivencia de “yo no he recibido”, o la de “a mí nadie me ayudó”, nos indica que el acto de recibir también es una acción y requiere de una actividad intencional. Si no hay un tomar activo de aquello que se nos da, lo que se recibe cae en saco roto. Y no nace el agradecimiento. O quizás es al revés: si no hay gratitud, no puede tomarse la vida. O ambos procesos son simultáneos e interdependientes. Esto lo veremos más detenidamente en el capítulo 6: “Dar y Recibir”.

Unidad en la diversidad
La relación de ayuda y el amor están en una conexión indisoluble, ya que es el mismo amor el que ayuda. Este amor no es algo ajeno a nosotros sino que se encuentra en el centro mismo de nuestro ser, y produce su efecto y su acción despertando en nosotros el impulso de acompañar, solidarizarnos y resonar con el otro.
El amor se suele vivir como algo transitivo, que pasa de uno al otro, pero en realidad no lo es, es una energía que une, que integra en la consciencia a los dos polos de la experiencia. Por eso cuando amamos de verdad, amamos todo lo que se presenta ante nosotros. El Amor por definición es inclusivo, no excluye nada, abraza todo.
El amor es Consciencia de Unidad, y siempre que está presente esta consciencia, entre una madre y su hijo, entre una persona y la naturaleza, en una meditación, es el amor el que está presente, generando esta experiencia de ser uno con el otro, con la Vida, con el Todo.
Se dice que todo pecado –y pecado quiere decir error– toda enfermedad, toda disfunción, es en parte una disfunción de amor, una carencia de amor, pues toda disfunción tiene como base la idea ilusoria de separación entre las personas, entre las personas y la naturaleza, la tierra y el resto del universo, y también la separación dentro de uno mismo. Si vemos la separación y no vemos la unión, aquella unidad de toda la creación, no estamos viendo la totalidad ni la unidad en la diversidad. La cuestión es poder percibir que toda la existencia es una unidad, o sea, percibir la unidad subyacente a todas las cosas, a todos los procesos y circunstancias, y al mismo tiempo, discriminar y percibir las diferencias. Esta idea de unidad en la diversidad la trataremos en casi todo el libro, fundamentalmente en el capítulo 1: “La ayuda que ayuda”, el capítulo 5: “Las motivaciones de la Ayuda”, el capítulo 7: “Dinámica del Vínculo” y el capítulo 11: “El camino de la Ayuda”.

 
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El arte de ayudar, su luz y su sombra de Chalcoff, Felisa Casanovas, Claudia   El arte de ayudar, su luz y su sombra
de Chalcoff, Felisa Casanovas, Claudia

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