No sé por qué, todas las casas construidas por mi padre me
recuerdan de un modo vago su sombrero de copa y su nuca.
Poco a poco los habitantes de la ciudad se fueron acostumbrando
a su estilo arquitectónico, que llegó a tener un valor local.
Ese mismo estilo lo llevó a mi vida y a la de mi hermana. A mí
me puso el nombre bíblico de Misail y a mi hermana el histórico de Cleopatra.
Cuando era pequeña, le hablaba de las estrellas, de los sabios de la antigüedad,
de nuestros abuelos, que debían servirnos de ejemplo. A la sazón tenía ya
veintiséis años y seguía hablándole de las mismas cosas. Evitaba con sumo
cuidado el que se tratase con mozos. No le permitía pasear en otra compañía que
la suya. Estaba seguro de que el día menos pensado se presentaría un joven
distinguido y de excelente educación, que la pediría por esposa. Y mi pobre
hermana le adoraba, le temía y le consideraba el más inteligente de los
hombres.
. . . . . . . . . .
Cerró la noche por completo y no tardó la calle,en quedarse
desierta.
En casa del ingeniero Dolchikov cesaron de tocar el piano. La
puerta cochera se abrió poco después, y un coche arrastrado por tres magníficos
caballos salió, con un alegre ruido de cascabeles: el ingeniero y su hija se
dirigían a las afueras de la ciudad a dar un paseo nocturno.
Era hora de acostarse.