La obscuridad se fue adensando y aparecieron en el cielo las
primeras estrellas.
Andando lentamente y saludando a los paseantes, pasó mi padre,
con su viejo sombrero de copa, del brazo de mi hermana.
-¡Mira! -1e decía, señalando al cielo con el paraguas con que
me había pegado horas antes-. ¡Mira el cielo! Todas las estrellas que ves, hasta
las más pequeñas, son mundos. El hombre, comparado con la inmensidad del
Universo, es como un granito de arena.
Afirmaba esto con el tono de quien está muy orgulloso y muy
contento de ser tan poca cosa.
¡Qué corto de alcances es! No tiene talento ninguno. Desde hace
muchos años no hay otro arquitecto en la ciudad, en la que no se ha construido
en todo ese tiempo una casa de regulares condiciones estéticas y prácticas. El
buen señor se guía por métodos de construcción horriblemente rutinarios. Cuando
se le encarga una casa, lo primero que dibuja en el plano es el salón.
Luego añade el comedor, el cuarto de los niños, el gabinete,
las alcobas, y pone en comunicación unas con otras por medio de puertas todas
estas habitaciones, de modo que para llegar a la última es preciso pasar por
cada una de las anteriores y nadie puede disponer enteramente de ninguna.
Se advierte que conforme va componiendo el plano se le van
ocurriendo ideas incoherentes, estrechas, mezquinas, limitadas, y que conforme
va dándose cuenta de sus olvidos va añadiendo detalles.
La cocina la coloca siempre en el sótano, con una bóveda de
piedra y un suelo de ladrillos. La fachada siempre es sombría, seca, triste, de
líneas severas, baja, como aplastada; las chimeneas, anchas y feas, están
cubiertas por unas caperuzas de alambre.