Yo me paseaba mirando los libros en los anaqueles de la librería de mi
editor, haciendo tiempo hasta que me atendiera el director gerente, cuando se me
acercó un hombre de unos cincuenta años y me preguntó:
?¿Usted es Rodolfo Sala?
?Sí señor, en qué puedo servirle ?le contesté.
?Yo me llamo Jacinto Iglesias, soy periodista literario y me he enterado que
usted está por editar un libro biográfico sobre Alberdi y me ha llamado la
atención su título, si estoy en lo cierto, se llamará ?Charlando con Juan
Bautista Alberdi?. ¿Me puede adelantar de qué se trata?
?Bueno usted lo ha dicho, se trata de una novela biográfica y no de una
novela histórica, en donde Alberdi relata su propia vida.
?¿A quién se la relata? Porque deduzco que si son charlas con alguien
conversará.
?Efectivamente. Aquí es donde la biografía se transforma en novela. Porque al
relatar su vida, Alberdi necesita un interlocutor. Y ese personaje es de
ficción: se llama Diego Lagos, es un abogado recién recibido, es rosarino, hijo
del dueño del diario más importante de Rosario.
?Entonces se trataría del hijo de Ovidio Lagos ?me dijo alarmado.
?Eso lo dice usted, yo en ningún pasaje del libro menciono tal
parentesco.
?Bueno, pero usted lo da a entender ?me replicó algo fastidiado, porque yo lo
dejé con el interrogante.
?Por ahora le diré que el joven Diego Lagos, conoce a Alberdi en 1879, en
circunstancias que el publicista tucumano hace el viaje de retorno a Buenos
Aires, luego de más de cuarenta años de ausencia, y le pide que le relate su
vida porque quiere escribir su biografía. Debo decirle que Diego acompaña a Juan
Bautista en su viaje de retorno a Europa y lo asiste hasta que se produce su
muerte.
?Permítame señor Sala, pero usted ha tenido que sortear innumerables
inconvenientes para relatar la vida de Alberdi, o Diego que es contemporáneo de
él, porque está escrito en el tiempo de ellos y no puede citar a autores
posteriores a 1890
?me dijo el periodista asombrado.
?Sí, así es. Ese ha sido un escollo insalvable y un desafío muy grande, pero
de todos modos el relato de Alberdi, con estricto rigor histórico, es producto
de la copiosa bibliografía y epistolario que se utilizó en la confección del
libro.
?La historia comienza cuando Alberdi regresa al país permaneciendo dos años,
antes de su retorno final a Francia. Alberdi comienza con los relatos de su vida
a Diego, principiando cronológicamente por su infancia y terminando cuando
estando juntos navegan hacia Europa y Juan Bautista sufre un suceso cerebro
vascular. La vida de Alberdi en adelante es contada por Diego en tiempo
real.
?Hábleme algo más, por favor ?me pidió.
?Juan Bautista relata indirectamente su vida amorosa con distintas mujeres:
Petrona Abadía que es la madre de su hijo Manuel, Lastenia Videla, Matilde
Lamarca, Angelina Daugé, su ama de llaves, Jesusa Muñoz, ?la sordita?, e Ignacia
Cáneva, la del vestido punzó que alarmó a todo Buenos Aires. Sin embargo, es
Diego quien lo hace con más detalles, porque Alberdi le prometió relatarle su
vida pública pero no la íntima, pero lo autorizó a indagar al respecto. Así que
es Diego quien cuenta sobre este aspecto de la vida sentimental de Juan
Bautista, y son averiguaciones que ha hecho el propio interlocutor. De todos
modos se producen diálogos que muestran la intimidad romántica de Alberdi, como
por ejemplo éste:
??Quiero preguntarle Juan Bautista ?le dije, muy candorosamente?, cuya
respuesta la intuyo, pero para darle la oportunidad de defenderse de algunos
prejuiciosos: ¿cómo un jurisconsulto que venía de Génova, pletórico de la
organización judicial y de las prácticas procesales sarda, cambia
repentinamente, en su visita a Ginebra, las condiciones espirituales y se
enfrasca en el revivir de una novela romántica como era Julia o la Nueva
Eloisa?
??No digo que la respuesta sea fácil para mí, Diego; no es sencillo decirlo,
para un tímido como yo, que me apasiona el romanticismo; pero ese romanticismo
de Rousseau, tan delicado y, a veces, alejado de la vida terrenal. Es un
esparcimiento para el alma. Nada tiene que ver que yo sea un abogado. En el
espíritu no hay leyes que rijan la manera de amar ni de expresar los
sentimientos. La respuesta la da el propio Rousseau al escribir Julia y
al poco tiempo El Contrato Social?.