-¡Hasta la vista, Prébanec, después de la toma de Villefranche! -gritó Malaterra al teniente de navío con un amistoso saludo.
Y ordenó a sus oficiales:
-¡Despejen pronto! ¡Paso gimnástico!
Los clarines sonaron y el batallón, presentando las armas a los marinos, desfiló rápidamente para dejar maniobrar libremente a éstos.
Al tiempo de abandonar su puesto, Roberto de Prébanec no pudo contener un profundo suspiro, y como tenía la espada en la mano para transmitir órdenes, sin reflexionar lo que hacía, inclinó la punta hasta el suelo para saludar a Dionisia. El rostro de la joven se cubrió de rubor; una adorable sonrisa demostró al oficial que había sido comprendido.