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Fallecimiento del autor

Algún tiempo vacilé si debía abrir estas memorias por el principio o por el fin; esto es, si pondría en primer lugar mi nacimiento o mi muerte. Aunque sea habitual empezar por el nacimiento, dos consideraciones me llevaron a adoptar distinto método: la primera, que yo no soy propiamente un autor difunto, sino un difunto autor, para quien el sepulcro es una cama más; la segunda, que el relato resultará así más novedoso y agradable. Moisés, que también contó su muerte, no lo hizo en el Introito, sino al final; diferencia radical entre este libro y el Pentateuco.

Yendo al grano: expiré a las dos horas de la tarde de un viernes del mes de agosto de 1869, en mi hermosa quinta de Catumby. Contaba unos sesenta y cuatro años, ricos y prósperos; era soltero, poseía cerca de trescientos contos, y fui acompañado al cementerio por once amigos. ¡Once amigos¡ Verdad es que no hubo tarjetas ni anuncios. Acaeció que llovía; mejor dicho, tamizábase una llovizna menuda, triste y constante; tan constante y triste que Indujo a uno de aquellos fieles de la última hora a intercalar esta ingeniosa idea en el discurso que pronunció a la vera de mi fosa: "¡Vosotros que lo conocisteis, señores míos, vosotros podéis decir conmigo que la naturaleza parece estar llorando la pérdida Irreparable de uno de los más bellos caracteres que han honrado a la humanidad! Esta atmósfera sombría, esas gotas del cielo, aquellas nubes oscuras que cubren el azul como un crespón funerario; todo ello y el cruel dolor que roe ala naturaleza sus más íntimas entrañas, todo es sublime alabanza a nuestro ilustre finado."

(Bueno y leal amigo) No me arrepiento de los veinte títulos de renta que le dejé en mi testamento. Pues bien: fue así como llegué a la clausura de mis días; fue así como me encaminé hacia el undiscovered country de Hamlet, sin las ansias ni las dudas del joven príncipe, pero pausado y torpe, como quien se retira tarde del espectáculo. Tarde y aburrido. Viéronme ir unas nueve o diez personas, entre ellas tres damas: mi hermana Sabina, casada con Cotrim; su hija, un lirio del valle, y (Ten paciencia, lector; pronto te diré quién era la tercera señora. Conténtate ahora con saber que esa anónima, aunque no era parienta, me sintió más que las parientas. De verdad, me sintió más. No digo que se lamentara, ni que rodara por el suelo, presa de ataque epiléptico. Tampoco mi deceso era fuertemente dramático. Un solterón que expira a los sesenta y cuatro años no me parece que reúna en si todos los elementos de una tragedia. Y, aunque así fuera, lo que menos convenía a ese anónima era develar su dolor. De pie, a la cabecera de mi cama, los ojos atónitos, la boca entreabierta, la triste dama no podía creer en mi desaparición.

-¡Muerto! ¡Muerto! -decía para sí.

Y su imaginación, como las cigüeñas que un ilustre viajero vio desviando el vuelo desde el (liso hacia las costas africanas, no obstante las ruinas y los tiempos; la imaginación de esa dama también voló por sobre los destrozos presentes, hacia las orillas de un Africa juvenil... Déjala ir; allá iremos más tarde; allá iremos cuando yo me restituya a los primeros años. Ahora quiero morir tranquilamente, metódicamente, oyendo los sollozos de las señoras, el cuchicheo de los hombres, la lluvia que tamborilea en las hojas de las plantas de mi jardín, y el sonido penetrante de una navaja que un amolador está afilando afuera, allí junto a la puerta del fabricante de correas... Juro que esa orquesta de la muerte fue mucho menos triste de lo que pudo parecer; y, desde cierto punto en adelante, me resultó deliciosa. La pida me rebullía en el pecho, con ímpetus de olas marinas; evaporábase mi conciencia y yo descendía a la inmovilidad física y moral, haciéndose mi cuerpo planta, y piedra, y lodo, y cosa ninguna...

Morí de una neumonía; pero si le dijera que fue menos la neumonía que una idea grandiosa y útil la causa de mi muerte, el lector no me creería, aunque sea verdad... Voy a exponerle sumariamente el caso. Júzguelo por sí mismo.

 
 
 
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Memorias póstumas de Joaquín M. Machado de Assis   Memorias póstumas
de Joaquín M. Machado de Assis

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