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Sexto, que de su tronco es fruto errado,

Pues del Magno heredó falso el pretexto,

Hoy persuadido en el vulgar cuidado,

Que de la guerra el fin busca funesto,

Con más fervor le investigó, no en vano,

Sin contenerse en lo decente humano.

Porque no consultó la ara divina

Délfica y Delia, ni la voz que entona

Júpiter sacro desde la alta encina

En el Epiro y bosques de Dodona;

Menos el rayo, que esplendor fulmina,

Ni el globo que con astros se corona;

No el ave que observante el vuelo vibra,

Ni en la rasgada víctima la fibra.

Tal de éstas fuera lícita consulta;

Pero le incita con mayor instancia

La torpe sola facultad y oculta

Que introdujo la mágica observancia;

Estudio que el abismo le sepulta,

Que contra el cielo arguye repugnancia,

Y en sus aulas profundas las revela

Sólo aquel dios de la tartárea escuela.

Sexto pospone sin piedad la arcana

Celeste ciencia al infernal encanto,

Y más le induce la estación profana

Del tesálico sitio a exceso tanto,

Porque allí toda nigromancia humana

Se corresponde con Averno, y cuanto

Juzgamos espantable y no posible

Ofrece arte diabólica y falible.

Puede la magia allí milagros tales,

En sus efectos práctica y prevista,

Que observados tal vez de ojos mortales

Aun les retira el crédito la vista;

No hay concursos de causas naturales

Que a la imperiosa actividad resista;

Padece en los encantos del abismo

Todo el cielo violencias de sí mismo.

Tales hierbas la emonea y la tebea

Región produce de plantel secreto,

Que ignorando su flor Circe y Medea,

Surtió el hechizo en ambas sin efeto;

Tanto eficaz naturaleza emplea,

Ya en plata o piedra, ya en diverso objeto,

Que a veces de infundirle se arrepiente

Rigor que aun ella en sus apremios siente.

Hay voz allí que impera a las deidades;

Y si tal vez el cristalino asiento

Sordo resiste a votos y piedades,

No a los rigores del blasfemo acento;

Si a un tiempo en las egipcias soledades

Atiende ajeno mago al mismo intento,

Ya experto el dios, que de elección carece,

Sin competencia al tésalo obedece.

Allí el jugo de hierbas y de flores

En voluntades suele repugnantes

Súbitos infundir tiernos amores

Y excitar repugnancia en dos amantes:

Juventud y vejez, hielos y ardores

Truecan, y extremos aman tan distantes,

Que en la mudanza extraña satisfecho,

De afectos que ignoró se espanta el pecho.

Terribles fieras a terror provoca

El verso que murmura docta maga;

El oso, el tigre imperios de su boca

Sigue, y con humildad sus pies halaga:

Donde el aliento de su labio toca

Víboras ceden, es veneno, es llaga;

Compite emponzoñada sierpe en vano

Con la infección del respirar humano.

 
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