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LUCANO

SU VIDA, SU GENIO, SU POEMA

Discurso leído en la Universidad Central.

Excmo. E ILMO. SR.:

Roma era la última encarnación del genio del antiguo mundo. Roma representaba providencialmente la síntesis y el epílogo de toda la Historia. A su frente se levantaban Menfis, Alejandría, Cartago, destinadas a revelarle los secretos del mundo de la Naturaleza, del mundo de Dios, del Oriente; a su lado Atenas, a sus pies Sicilia, destinadas a revelarle los secretos del mundo del Arte, del mundo del hombre, de Grecia; y las almas de estos dos mundos, que, después de la total ruina de su poder y del ocaso de sus glorias, vagaban errantes, se confundieron, como el aroma de dos flores, en el seno de la Ciudad Eterna. Esta idea trascendental es la ley de vida de la sociedad romana. Los patricios, raza avasalladora, que guardaba para sí el depósito sagrado de las leyes, la interpretación de las fórmulas del Derecho, el sacerdocio y el gobierno, representan la idea oriental; y los plebeyos, raza expansiva, que anhelaba la igualdad política, la libertad civil, el esclarecimiento de las misteriosas fórmulas del Derecho, el sacerdocio y el gobierno para todos, representan la idea occidental, la idea griega; y el equilibrio de estas dos fuerzas contrarias, la síntesis de estos dos principios antitéticos, es la vida de la sociedad romana. Y esta idea, se refleja en su religión, que congrega todos los dioses; en sus leyes, que funden todos los derechos; en sus artes, que heredan el genio de todos los pueblos; en su Parnaso, que guarda laureles para todos los poetas.

El cetro de Roma es el eje de la tierra. Todos los pueblos son sus tributarios. Pero ninguno le ofrece tan ricos presentes como nuestra hermosa patria. Nosotros dimos al Imperio su más gran jefe, Trajano; su más ilustrado retórico, Quintiliano; su más amargo satírico, Marcial; su más profundo filósofo, Séneca; su más verdadero poeta, el inmortal Lucáno, cuya vida, genio y obras son objeto de este mi discurso, para el cual reclamo, Excmo. Sr., vuestra ilustrada atención y vuestra nunca desmentida indulgencia.

La vida del hombre influye decisivamente en la suerte del genio. Historiemos, pues, la vida del poeta que cruzó por los horizontes del tiempo, donde había de dejar eternos resplandores, fugazmente, desgracia que suele acontecer a los nacidos en esas épocas tempestuosas en que el espíritu humano se renueva y florece a costa de la vida del hombre. Lucano nació en Córdoba. Aunque la Historia callara su nacimiento, lo diría la naturaleza de su genio. La savia meridional de su imaginación, tan rica en flores como los patrios campos; la claridad de su mente, hermosa y serena como noche de estío de la Bética, que muestra el cielo rociado de estrellas y el campo cubierto de luciérnagas; la majestad y entonación de sus versos; el atrevimiento de sus metáforas; el alto vuelo de su alma, que se cierne con el poder del águila en lo infinito; el lujo de su dicción, nos enseñan que Lucano es predecesor de Góngora, y que su cuna se meció en esa hermosísima tierra de Andalucía, adornada con todas las maravillas de la creación por Dios, como si la destinase desde la eternidad a servir de templo al genio de Oriente.

Lucano, a diferencia de Virgilio, no nació entre los apriscos, a la sombra de los olmos y de los sauces, ni su alma en la niñez voló como la mariposa de flor en flor por los campos, ni aprendió a cantar en los murmullos del arroyo y en los arpados trinos del ruiseñor; porque sus padres en edad temprana le llevaron a Roma; y sin embargo, la tradición cuenta que las abejas de la Bética volaban a su cuna a recoger la miel que destilaban sus labios, entreabiertos por la sonrisa de la inocencia.

Tomóle bajo su protección Séneca, y fueron sus maestros, Cornuco, estoico; Remmio Palemón, gramático, y Virgilio Flacco, retórico, los cuales le amaestraron en las artes de la elocuencia, en los principios de la moral estoica, alimento de todas las almas generosas en Roma, y con tal fortuna, que, niño aún, recitaba Lucano admirablemente versos griegos en los salones y academias, siendo pasmo y maravilla de la alta sociedad y cosechando en flor prematuros triunfos.

 
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