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La importancia de una capital no depende exclusivamente de su población, su riqueza o su posición; y para apreciarla con alguna justicia, es necesario recordar la extensión del territorio del que es ella centro, la masa de producciones indígenas que son objeto de su comercio las relaciones en que se encuentra con las provincias sometidas a su influencia política. Estas distintas circunstancias se modifican con los vínculos más o menos relajados que unen a las colonias con la metrópoli; mas son tales el imperio del hábito y las combinaciones del interés comercial, que es probable que esa influencia de las capitales sobre los países circundantes, esas asociaciones de provincias, que se refunden entre sí bajo el nombre de reinos, de capitanías generales, de presidencias y de gobiernos, sobrevivirán así y todo a la catástrofe de la separación de las colonias. Los desmembramientos sólo se producirán allí donde, a despecho de los límites naturales, se han reunido arbitrariamente partes que se hallan estorbadas en sus comunicaciones. La civilización en América, dondequiera que (como en México, Guatemala, Quito o el Perú) no existía ya en cierta forma antes de la conquista, se dirigió de las costas hacia el interior, ya siguiendo el valle de un gran río, ya una cordillera de montañas que ofrecían climas templados. Concentrada a la vez en diferentes puntos, se propagó al modo de radios divergentes. La reunión en provincias o en reinos se realizó con el primitivo contacto inmediato entre las porciones civilizadas o por lo menos sometidas a una dominación estable y regular, desiertas o habitadas por pueblos salvajes cercan hoy los países conquistados por la civilización europea; y aquellas separan tales conquistas como con brazos de mar difíciles de franquear manteniéndose con frecuencia estados en vecindad mediante franjas de tierras desmontadas. Es fácil conocer la configuración de las costas bañadas por el océano que las sinuosidades de este litoral interior en el que la barbarie y la civilización, las selvas impenetrables y los terrenos cultivados, se tocan y delimitan. Por no haber reflexionado sobre la situación de las nacientes sociedades del Nuevo Mundo, los geógrafos desfiguran tan a menudo sus mapas, trazando las diferentes partes de las colonias españolas y portuguesa como si estuviesen contiguas en todos los puntos del interior. El conocimiento local que he llegado a adquirir por mí mismo acerca de esos límites, me capacita para fijar con alguna certidumbre la extensión de las grandes divisiones territoriales, para comparar la parte silvestre y la habitada, y para medir la influencia política más o menos grande que ejercen ciertas ciudades de América, como centros de poder y de comercio. |
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Hacia el valle de Caracas
de Alexander von Humboldt
ediciones elaleph.com
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