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El estrecho camino de Micuipampa a la antigua ciudad incaica de Cajamarca, resulta difícil hasta para las bestias de carga. El nombre original de la ciudad era Cassamarca o Kazarnarca, esto es, la ciudad de las heladas. Marca, en su significación de villa, pertenece al dialecto norteño chinchaysuyo o chinchasuyu, mientras que en el idioma quechua corriente puede significar planta de una casa o también protector o fiador. Durante cinco o seis horas atravesamos una serie de páramos, donde estuvimos expuestos casi sin interrupción a la furia de las tempestades y a ese granizo de cantos filosos, tan característico de las cumbres andinas. El camino se mantiene a una altura de 2.920 a 3.250 m. y me dio ocasión para practicar una observación magnética de interés común, relacionada con la determinación del punto en el cual la inclinación norte de la aguja pasa a la inclinación sud, o sea en el cual el Ecuador magnético era atravesado por los viajeros. Cuando se alcanza por fin la última de esas selvas de montaña, del Páramo de janaguanga, la mirada se explaya gozosa por el feraz Sivalle de Cajamarca. El panorama es estupendo, pues el valle por el cual serpentea un riacho forma una meseta ovalada de una superficie de 330 a 385 km². Es parecida a la meseta de Bogotá y quizá al igual que ella, sea el fondo de un antiguo lago. Allí sólo hace falta el mito del hechicero. Botschika o Idacanzas, el sumo sacerdote de Iraca que abrió una brecha en las rocas para dar salida a las aguas de Tequendama. Cajamarca se encuentra a una altura superior en 200 metros a la de Santa Fe de Bogotá y por lo tanto similar a la de Quito, pero por estar protegida en derredor por montañas tiene un clima mucho más moderado y agradable. El suelo es de una magnífica fertilidad. Lo cubren sembradíos y huertos, alamedas de sauces, variedades de daturas de grandes flores rojo sangre, blancas y amarillas, mimosas y hermosos árboles de quinua. El trigo produce en la Pampa de Cajamarca un promedio de 15 a 2o quintales, pero a veces las heladas nocturnas que origina el cielo sin nubes en los delgados y secos estratos de la atmósfera de montaña y que no se notan en las viviendas techadas, frustran la esperanza de ricas cosechas.

Pequeñas cimas de pórfido (tal vez en otros tiempos islas de un antiguo lago aún no agotado) se elevan en la parte norte de la planicie e interrumpen yacimientos de arenisca de vasta extensión. Desde lo alto de una de estas cimas de pórfido, en el Cerro de Santa Polonia, disfrutamos de un panorama encantador. La antigua residencia de Atahualpa está rodeada por este lado de huertos y alfalfares regados a la manera de praderas. A lo lejos, se ven ascender por el aire las columnas de humo de los baños termales de Pultamarca, que aún hoy llevan el nombre de Baños del loca. Comprobé que la temperatura de estas fuentes sulfurosas era de 690 C. Atahualpa pasaba parte del año en los baños, donde algunos endebles restos de su palacio lograron resistir el vandalismo de los conquistadores.

Por su regular forma circular, la grande y profunda pileta (el tragadero) me dio la impresión de haber sido tallada artificialmente en la roca, sobre una de las grietas de la fuente. Según la tradición se habría hundido en ella una de las doradas sillas de mano, la cual fue buscada en vano.

En la cuidad, adornada por bellas iglesias, también se han conservado sólo restos insignificantes del castillo y del palacio de Atahualpa. El furor alimentado por la sed del oro con que a fines del siglo XVI se derribaron muros y debilitaron desaprensivamente los chimentos de todas las viviendas en busca de tesoros enterrados, aceleró la destrucción. El palacio del Inca se levantaba sobre una colina de pórfido. Originalmente, fue explotada y excavada a tal punto en la superficie (es decir, en las salientes de los estratos rocosos que rodeaba a la residencia principal casi corno una muralla. Sobre parte de las ruinas se ha erigido una prisión municipal y la Casa del Cabildo. Estas ruinas son aún las mejor conservadas, pero si¡ altura no alcanza sino unos cuatro a cinco metros frente al convento de San Francisco. Como se puede observar en la casa del cacique, constan de sillares bien labrados de sesenta a noventa cm de largo superpuestos sin empleo de argamasa, al igual que en el Inca-Pilca o Castillo fortificado del Cañar en la meseta de Quito.

En las rocas de pófido aparece excavado un pozo que otrora conducía a aposentos subterráneos y a una galería, de la cual se asegura llevaba hasta la otra colina de pórfido ya mencionada, la de Santa Polonia. Estos dispositivos indican que se tomaban previsiones para los tiempos de guerra y, asegurar la huida. Además, enterrar tesoros siempre fue una costumbre muy difundida en el antiguo Perú.

Todavía se encuentran debajo de muchas viviendas de Cajamarca, camaras subterráneas.

Nos mostraron gradas cavadas en la roca y el llamado Pediluvio del Inci. Este lavadero de los pies del soberano era acompañado por molestas ceremonias cortesanas. Los edificios contiguos, según la tradición destinados a la servidumbre del Inca, también estaban construidos en parte con sillares y provistos de fachada, y en parte con ladrillos bien moldeados, unidos con un cemento combinado con guijarros (muros y obra de talla). En la construcción de las últimas aparecen vigas abovedadas (ahuecamientos murales), de cuya antigüedad dudé por mucho tiempo, aunque injustamente.

En el edificio principal se muestra a los visitantes el recinto donde el infortunado Atahualpa fije mantenido prisionero durante nueve meses a contar de noviembre de 1532; asimismo, el muro en el cual hizo la marca hasta donde llenaría de oro ese recinto si lo liberaban. Jerez en su obra -La conquista del Perú" que nos conservó Barcia, Hernando Pizarro en sus cartas y, otros escritores de aquella época indican distintas alturas. El atormentado príncipe dijo: -El oro en barras, planchas y recipientes se apilan, hasta donde alcance con la mano-. Según Jerez las medidas del recinto mismo habrían sido de siete metros de largo por cinco a seis metros de ancho. Garcilaso de la Vega, quien salió del Perú en 1560 cuando contaba veinte años de edad, estima en 3.838.000 ducados de oro los tesoros de los Templos del Sol de Cuzco, Huaylas, Huamachuco y Pachacamac reunidos hasta el 29 de agosto de 1533, aciago día en que fue sacrificado el Inca.

 
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