I
Sin embargo, la verdad es que no puedo pasar una Navidad sin
acordarme de mi amigo Jabodin... ¡Cuán vivamente conservamos las
impresiones de la infancia! Lo conocí en el colegio. Chico y gordo, buen
muchacho, fuerte como un turco, siempre primero en memoria. Nos llego una
mañana, a la hora del estudio, con sus cabellos demasiado largos y sus
pantalones demasiado cortos, torpe a más no poder con su cortedad de
nuevo. Le pusieron junto a mí en clase, en la mesa y en el dormitorio.
Pronto observé que su carácter no era tan franco como su cara: con
su aspecto bonachón tenía vivacidades repentinas, inmediatamente
calmadas: no le agradaba la contradicción pero era un corazón de
oro... Tal como era fue mi mejor amigo.
¡Oh, buenas amistades del colegio! Nos lo
contábamos todo. Supe que había perdido el padre, que la madre
sólo vivía para él, que no era rico, que quería ser
substituto del prefecto. en Mamers. En cuanto a esto, lo había declarado
en plena clase. Un día se nos preguntó cuáles eran nuestras
aspiraciones para el porvenir; el profesor decía que era necesario saber
encarar fríamente el destino. Cada cual dijo su aspiración; nunca
me olvidaré de aquella clase; Fréchoux, el grande, que hoy es
escribano, quería ser general; Charpin, afinador de pianos, pensaba
entrar en la Escuela Naval - yo me sentía inclinado al
telégrafo...