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¡Preparaos ahora para una escena! En medio de la muchedumbre de una calle de Londres distinguimos a un hombre, ya de alguna edad, con pocas características que puedan atraer a observadores distraídos, aunque para quien sea capaz de verlo lleva en todo su aspecto el sello de un destino nada común. Es delgado; su frente baja y estrecha muestra profundas arrugas; sus ojos, pequeños y sin brillo, a veces vagan con temor por aquello que lo rodea, pero con más frecuencia parecen mirar hacia adentro. Inclina su cabeza y se mueve, con un anidar indescriptiblemente oblicuo, como si no estuviera dispuesto a mostrarse de frente ante el marido. Observadlo con detenimiento hasta ver lo que acabamos de describir y admitiréis que las circunstancias, a veces capaces de hacer hombres notables a partir del tosco trabajo de la naturaleza, lo han logrado en este caso. Luego, dejándolo para atravesar la calzada, dirijamos nuestra mirada en la dirección opuesta, donde una mujer majestuosa. Ya en el ocaso de su vida. con un libro de oraciones en sus manos, se dirige hacia la iglesia. ¡Tiene la serena expresión de una viudez asentada. Sus pesares han desaparecido, o bien se han hecho tan esenciales para su corazón que difícilmente los cambiaría por la alegría. Precisamente cuando el hombre delgado y la majestuosa viuda se cruzan, se produce un ligero atascamiento que pone en contacto a estas dos figuras. Sus manos se tocan. la presión de la muchedumbre empuja el pecho de ella contra el de él; ambos quedan cara a cara, mirándose a los ojos. ¡De este modo Wakefield vuelve a encontrarse con su esposa tras una separación de diez años!

La multitud los arrastra y los aparta. La sobria viuda retoma su paso y se dirige a la iglesia; sin embargo, se detiene en el atrio y mira perpleja la calle. De todos modos entra en la iglesia abriendo su devocionario. ¡Y el hombre! Con una expresión tan descompuesta que hace volver la cabeza al Londres ocupado y egoísta, Wakefield se apresura hasta su casa, cierra la puerta con cerrojo y se echa en la cama. Los sentimientos latentes durante años surgen, a la superficie, su fuerza le da un breve momento de energía a su debilitada mente; toda la miserable extrañeza de su vida se le revela en un momento, y grita con pasión: "¡Wakefield! ¡Wakefield! ¡Estás loco!".

 
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