Hasta aquí el principio de este largo desvarío. Tras la concepción inicial, y la excitación piel pachorriento temperamento del hombre necesaria para ponerla en practica, todo el asunto se desenvuelve de un modo natural. Podemos imaginar a Wakefield cuando, luego de una profunda deliberación. compra una nueva peluca rojiza y selecciona de !u valija de un ropavejero judío diversas ropas de un tipo diferente del de su habitual traje castaño. Ya está hecho, Wakefield es un hombre nuevo. Establecido el nuevo sistema, un movimiento de retorno al anterior sería un paso tan difícil como aquel que lo llevó a su peculiar situación. Además, Wakefield se vuelve obstinado por un enojo que a veces influye en su estado de ánimo, y que ahora es provocado por el sentimiento de que su conducta ha dalo lugar a una reacción inapropiada en el corazón de la señora Wakefield. No retornará mientras ella no esté aterrada casi hasta el punto de morir. La señora Wakefield ha pasado dos o tres veces ante sus ojos, cada vez con un andar más pesado, con las mejillas más pálidas y un ceño más ansioso. En la tercera semana de su desaparición, Wakefield llega a ver a un heraldo de males que entra en su hogar bajo la forma de un farmacéutico. Al día siguiente el llamador está envuelto para evitar ruidos. Hacia la noche arriba la carroza de un médico, y deposita su altanera y solemne carga en las puertas de la casa de Wakefield, de donde sale tras una visita de un cuarto de hora, quizás como el preanuncio de un funeral. ¡Pobre mujer! ¿Morirá acaso? En esos momentos Wakefield siente una excitación semejante a la energía, pero aún permanece apartado del lecho de su esposa, excusándose, en su inconsciencia, con el argumento de que es preciso no perturbarla en semejante coyuntura. Si hay otra cosa que lo detiene, él no la conoce. Ella se recupera gradualmente en el curso de unas pocas semanas; la crisis pasó, su corazón está triste, tal vez, pero tranquilo, y retorne Wakefield más pronto o más tarde, ya no será presa de la angustia. Esas ideas brillan a veces en las tinieblas de la mente de Wakefield, y le dan una vaga conciencia de que una valla casi insuperable separa su alojamiento alquilado de su anterior casa. "!Pero si está en la calle próxima!", se dice a veces.
¡Insensato! Está en otro mundo. Hasta ahora, Wakefield ha postergado su retorno de un día para el otro; de ahora en más, dejará indeterminado el momento preciso de su retorno. Mañana no... probablemente la semana venidera... muy pronto. ¡Pobre hombre! Los muertos tienen tantas probabilidades de volver a visitar sus hogares terrenales como Wakefield, el desterrado por propia voluntad.
¡Ojalá pudiera escribir un libro, en lugar de un artículo de una docena de páginas! Entonces podría mostrar cómo una influencia que se halla mas allá de nuestro control pone su segura mano sobre cada acción que realizamos y teje sus consecuencias hasta formar un férreo tejido de necesidades. Wakefield está fascinado. Debemos dejarlo, durante alrededor de diez años, en los que ronda su casa sin llegar a cruzar el umbral, se mantiene fiel a su esposa, con todo el afecto de que es capaz su corazón, mientras su persona se esfuma gradualmente en el corazón de ella. Hacía ya mucho tiempo -debemos subrayarlo- que él había dejado de percibir la singularidad de su conducta.