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Hasta donde alcanza la vista, la Pampa se extiende hacia todos los confines en una llanura casi perfecta, como un mar sin límites. En el horizonte, una línea negro-azulada determina la transición del pálido amarillo verdoso de la estepa al claro azul del cielo. La infinita planicie parece desprovista de todo encanto: monótona y prosaica en medio de su misterioso silencio, sólo interrumpido de vez en cuando por el graznido de un ave, los mugidos de los vacunos y los relinchos de los equinos, y no obstante, muy pronto se descubren sus típicas bellezas que enseñan a amarla y hacerla inolvidable. Nada tan acertado como la comparación hecha entre la Pampa y una de esas mujeres de las que no nos enamoramos a primera vista, pero que saben apoderarse del corazón de un hombre hasta la muerte cuando se ha echado una mirada a su más recóndito ser.

Pastos que llegan a la altura de la rodilla, amarillos y secos en invierno; frescos, jugosos y verdes en verano cubren el suelo de loess bajo la capa de humus. A cierta profundidad, se encuentran formaciones rocosas de la llamada tosca.

En toda la región pampeana hay lugares donde abundan las dunas de arenas movedizas y grandes arenales estériles, depresiones invadidas por juncales y pequeñas, lagunas en cuyos bordes y fondo se depositan capas blancas de sal. Asimismo, se ven con frecuencia árboles aislados, arbustos y matas ralas de púas y espinas largas y puntiagudas. ¿Pero qué puede significar todo esto en una región de 740.000 kilómetros cuadrados? Por paradójico que pueda parecer, sólo intensifican la impresión de mar.

Así como los primitivos habitantes de la Pampa, los indios puelches, fueron desplazados por las corrientes inmigratorias europeas, también sus cultivos hicieron retroceder a la flora autóctona. En pos de ella, sin cesar, se propagaron desde Buenos Aires, el punto de partida de la inmigración, hacia los cuatro puntos cardinales. En un futuro no muy lejano llegarán hasta las cordilleras nevadas, no tanteando como hasta ahora sino dominando y entonces Argentina será el granero y la proveedora de carne más importante del mundo.

Por cierto, quien mejor pudiera seguir el paulatino retroceso de la vegetación autóctona sería un viejo cacique indio que mirara desde lo alto de los eternos cotos de caza la Pampa abandonada por su pueblo hace tanto tiempo. Muy grande sería su asombro si viera los cultivos de plantas útiles en las otrora desiertas estepas y que por todas partes los alambrados cercenan la inmensa planicie, en prueba de que cada parcela pertenece a un dueño. Rara vez se ven personas si no es en la inmediata vecindad de las ciudades. El viajero sólo se cruza con incontables rebaños de ovejas, caballos y vacunos.

La fauna es tan pobre como la flora. La especie más característica de toda la Pampa es la vizcacha, muy perseguida en razón de su carne delicada y los grandes perjuicios que calisa. Por sus hábitos nocturnos, su extremada timidez y su agilidad, resulta bastante difícil cazarlas con escopeta. Por esta razón se opta por hacerlas salir de sus cuevas mediante el humo, un recurso más sencillo y, al mismo tiempo más barato. Otro animal tan difundido como la vizcacha es la pequeña lechuza de las viscacheras, cuya particularidad es cazar también de día y, alimentarse de langostas. Se la ve posada en los cercos y seguir a los jinetes con sus grandes ojos amarillos. Sus dos parciales -de tamaño algo mayor- sólo salen a cazar de noche: son la lechuza y el mochuelo.

El buitre negro y dos especies de rapa(es, el caranclio y el chiniango son los agentes sanitarios encargados de eliminar la carroña de las reses muertas. El teruteru, cuyo nombre deriva de su peculiar graznido, prefiere las regiones secas, mientras que los flamencos, patos, cisnes y el cuervo (ibis) pueblan las lagunas grandes y pequeñas. A menudo se suele ver también al ñandú y a la cigüeña.

La martineta constituye un delicioso manjar. Es tina gallinácea de la estepa que hace honor a su designación zoológica elegans. También lo hace el zorrino.

El jaguar en el norte, el puma, el gato montés y el guanaco en el sud y el venado ofrecen oportunidad para practicar la caza mayor.

El armadillo se distingue por su caparazón y el sabor tolerable de su carne, al menos cuando no se obtiene sino carne de oveja. No abundan mucho los reptiles, con excepción de los lagartos. Entre los ofidios propios del lugar, sólo es ponzoñosa la víbora de cascabel. Los de mayor longitud, pero pertenecientes a otra familia, llegan a medir un metro y medio.

 
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de Erwin von Hase

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