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Terminado ya el giro del Imperio romano, notaremos que España está separada del África por un estrecho de tres o cuatro leguas, por el cual se introduce el Atlántico en el Mediterráneo. Las columnas de Hércules, tan decantadas en la antigüedad, eran dos montañas que al parecer fueron sajadas por alguna convulsión de los elementos, y la fortaleza de Gibraltar está ahora situada a la falda del peñasco europeo. Abarcaba el señorío romano toda la extensión del Mediterráneo con sus islas y costas. Entre las islas más crecidas, las dos Baleares, Mallorca y Menorca, que traen su nombre de su magnitud respectiva, con la de Ibiza, pertenecen a España. Córcega corresponde a la Francia, y dos soberanos de Italia toman su regio dictado de la Cerdeña y Sicilia. Creta o Candía, con Chipre y las más de las islillas de Grecia y Asia, yacen avasalladas por los turcos, mientras el peñasco de Malta ha estado burlando su poderío, y descolló bajo una orden militar con decantada opulencia.

Esta larguísima lista de provincias, cuyos trozos han ido formando tantos reinos poderosos, debe en parte inclinarnos a disimular el engreimiento y la ignorancia de los antiguos. Deslumbrados con el dilatado señorío, la pujanza incontrastable y la moderación positiva o aparente de los emperadores, tenían a bien menospreciar, o tal vez trascordar las desviadas regiones que se avenían a dejar en el goce de su bárbara independencia, y fueron por puntos adoptando la aprensión de equivocar la monarquía romana con el globo de la tierra pero los alcances y el pulso de un historiador moderno requieren otro estilo más esmerado y sensato; y podrá estampar un concepto más atinado de la grandiosidad de Roma, anotando que el Imperio tenía más de seiscientas leguas de ancho desde la valla de Antonino y los linderos septentrionales de Dacia hasta las cumbres del Atlas y el trópico de Cáncer, extendiéndose por su largo en el espacio de más de mil leguas, desde el Océano Occidental hasta el Éufrates; que estaba situado en la parte más preciosa de la zona templada, entre los veinte y cuatro y cincuenta y seis grados de latitud boreal, y que se suponía contener más de quinientas mil leguas cuadradas, por lo más, de terreno fértil y bien cultivado.

 

 
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Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano de Edward Gibbon   Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano
de Edward Gibbon

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