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La antigua Galia, abarcando cuanto media entre el Pirineo, los Alpes, el Rin y el Océano, era más dilatada que el actual reino de Francia. A los dominios de esta poderosa monarquía hay que añadir, además de sus nuevas adquisiciones de Alsacía y Lorena, los cantones suizos, los cuatro electorados del Rin y los territorios de Lieja, Luxemburgo, Henao, Flandes y el Brabante. Cuando Augusto fue imponiendo leyes a las conquistas de su padre, planteó una división de la Galia, no menos adecuada al avance de las legiones que a las corrientes de los ríos y a los principales distintivos nacionales, que comprendían hasta cien estados diversos. Apellidáronse por la colonia de Narbona el Langüedoque (Languedoc), la Provenza, el Delfinado, y la costa del Mediterráneo; explayábase el gobierno de Aquitania desde el Pirineo al Loira; llamábase Galia céltica todo el país situado entre aquel río y el Sena, que luego tomó su nombre de la célebre colonia de Lugduno o León. Estaba la Bélgica allende el Sena, y ceñíala el Rin en tiempos anteriores; pero los germanos, poco antes del tiempo de César, a impulsos de su valor desmandado, se apropiaron una porción considerable del territorio belga. Abalanzáronse los conquistadores romanos a proporción tan halagüeña, y aplicaron a la Galia fronteriza del Rin, desde Basilea a Leida (Lérida), los nombres grandiosos de Germanía Alta y Baja; y así, en tiempo de los Antoninos, las seis provincias de la Galia fueron la Narbonesa, la Aquitania, la Céltica o Leonesa, la Bélgica, y ambas Germanias.

Tuvimos ya motivo para mencionar la conquista de Bretaña y deslindar su provincia romana, que comprendía toda la Inglaterra, Gales y los territorios bajos de Escocia hasta los freos de Dunbarton y Edimburgo. Antes del avasallamiento de la isla, estaba desigualmente dividida en treinta tribus bárbaras, siendo las más notables los belgas al poniente, los brigantes al norte, los silures al mediodía en Gales, y los icenos en Norfolk y SufoIk. En cuanto cabe rastrear por la semejanza de habla y costumbres, pobláronse España, Galia y Bretaña por la misma casta de salvajes valerosos; pues antes de rendirse a las armas romanas, batallaron por el campo y renovaron la lid repetidamente, y aun después de avasallados, vinieron a formar la división occidental de las provincias europeas, explayándose desde las columnas de Hércules hasta la muralla de Antonino, y desde el desembocadero del Tajo hasta los manantiales del Rin y del Danubio.

Antes de la conquista, el país llamado ahora Lombardía no se conceptuaba como parte de Italia, pues se hallaba ocupado por una colonia poderosa de galos, quienes, poblando las orillas del Po desde el Piamonte hasta Romania, dilataron sus armas y su nombre desde los Alpes al Apenino. Habitaban los ligures la costa peñascosa que forma en el día la república de Génova. No asomaba todavía Venecia, pero el territorio suyo que cae a levante del Adigio pertenecía ya a los vénetos. El centro de la península, que compone ahora el ducado de Toscana y el Estado Pontificio, tuvo en lo antiguo por moradores a los etruscos y umbríos, siendo deudora la Italia a los primeros de sus asomos primitivos de civilización. Besaba el Tíber las faldas a los siete cerros de Roma; y el país de los sabinos, latinos y volscos, desde aquel río hasta los confines de Nápoles, fue el teatro primero de sus victorias. Merecieron los primeros cónsules sus triunfos en aquel sitio decantado, donde engalanaron luego sus quintas los sucesores, y allí mismo su posteridad ha fundado conventos. Correspondían a Capua y la Campania el territorio inmediato de Nápoles, habitando lo demás del reino varias naciones guerreras, marsos, samnitas, apulios y lucanos, y floreciendo la costa con sus colonias griegas. Es de notar que, al dividir Augusto la Italia en once regiones, la corta provincia de Istria quedó también agregada al centro de la soberanía. Resguardaban el Rin y el Danubio las provincias europeas de Roma, y este grandioso río, que brota sólo a la distancia de diez leguas del otro, corre por espacio de cuatrocientas leguas, generalmente hacia el sudeste, y se acaudala más y más con el fruto de sesenta corrientes navegables, hasta que por fin desagua por seis bocas en el Euxino, pudiendo abarcar apenas aquel aumento de aguas. Apellidáronse luego Ilíricas, o la raya ilírica, las provincias del Danubio, conceptuándose las más belicosas del Imperio, pero merecen diferenciarse individualmente con los nombres de Recia, Nórica, Panonia, Dalmacia, Mecia, Dacia, Tracia, Macedonia y Grecia.

La provincia de Recia, que vino luego a extinguir el nombre de los vindelicios, se extendía desde la cima de los Alpes hasta las orillas del Danubio, desde su nacimiento hasta su confluencia con el Inn. La mayor parte de las llanuras pertenecen al elector de Baviera; la ciudad de Augsburgo es ahijada de la constitución germánica; guarécense los grisones en sus montañas, y el país del Tirol se cuenta entre las provincias numerosas de la casa de Austria.

El dilatadísimo territorio ceñido por el Inn, el Danubio y el Sava, Austria, Suiza, Carniola, Carintia, la Baja Hungría y la Eslavonia: todo se apellidaba antiguamente Nórica y Panonia, cuyos adustos naturales, allá en su estado primitivo de independencia, vivían estrechamente hermanados. Siguieron a temporadas unidos bajo el Imperio romano, y permanecen todavía como patrimonio de una sola familia. Son ahora la residencia de un príncipe alemán, con el dictado de emperador de los romanos, formando el centro y la pujanza del poderío austríaco. No estará de más el advertir que, fuera de Bohemia, Moravia, los derrames septentrionales de Austria y parte de la Hungría entre el Teis y el Danubio, todos los demás dominios de la casa imperial quedaban embebidos en la extensión del Imperio romano.

La Dalmacia, a la cual correspondía más adecuadamente el nombre de Iliria, era una especie de faja entre el Sava y el Adriático, y su mejor porción por la costa, que conserva todavía su antiguo nombre, es una provincia de Venecia y el solar de la pequeña república de Ragusa. Su interior ha tomado los nombres eslavones de Croacia y Bosnia: el primero a las órdenes de un gobernador austríaco, y el otro a las de un bajá turco; pero todo el país está acosado por tribus de bárbaros, cuya independencia bravía apenas señala con alternativas el lindero variable de la potencia cristiana y mahometana.

 
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Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano de Edward Gibbon   Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano
de Edward Gibbon

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