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Pero la esclarecida sobresalencia de Agrícola motivó luego su remoción del gobierno de la Bretaña y acarreó para siempre el malogro de aquel atinado y grandioso plan de avasallamiento. Antes de separarse el cuerdo adalid, había providenciado el afianzamiento de aquel dominio, pues hecho cargo de que la isla viene a quedar dividida en dos porciones iguales por los golfos contrapuestos, llamados en el día los Freos de Escocia, atravesando el corto trecho de unas doce leguas, fue planteando una línea fortificada de puntos militares, que se robusteció, en el reinado de Antonino Pío, con un malecón de césped, alzado sobre un cimiento de piedra. La muralla de Antonino, a corta distancia al frente de las ciudades modernas de Edimburgo y Glasgow, vino a ser el lindero de la provincia romana. Los caledonios siguieron conservando, al extremo septentrional de la isla, su desaforada independencia, que estribaba no menos en sus escaseces que en su denuedo. Rechazáronse con repetidos escarmientos sus correrías, mas nunca vino a quedar el país sojuzgado. Los dueños de climas amenos y colmados daban con menosprecio la espalda a serranías lóbregas azotadas por aguaceros tempestuosos, a lagos encapotados con cerrazón pardusca y a unos yermos helados y yertos sobre los cuales huían acosadas las alimañas del bosque por una cuadrilla de bárbaros desnudos.

Tal era la situación de los confines romanos, y tales las máximas del sistema imperial desde la muerte de Augusto hasta el advenimiento de Trajano. Educado aquel príncipe activo y virtuoso a la soldadesca, y dotado de las prendas de caudillo, trocó el ocio pacífico de sus antecesores en trances de guerra y conquista; y por fin las legiones, tras larguísimo plazo, se gozaron capitaneadas por un emperador militar. Estrenó sus hazañas Trajano contra los dacios , nación belicosísima que moraba tras el Danubio, y que en el reinado de Domiciano insultaba a su salvo a la majestad de Roma. Hermanaban con la fiereza y pujanza de bárbaros el menosprecio de la vida, dimanado de. su entrañable concepto de la inmortalidad y la trasmigración de las almas. Acreditóse Decébalo, su rey, de digno competidor de Trajano, sin darse por desahuciado hasta apurar el postrer recurso de su entereza y desempeño. Esta guerra memorable, con brevísimas temporadas de supensión, duró cinco años; y árbitro el emperador de concentrar todas las fuerzas del estado, tuvo por paradero el absoluto rendimiento de los bárbaros. Tenía la nueva provincia de Dacia, que formaba la segunda excepción del encargo de Augusto, hasta cuatrocientas leguas de circuito, siendo sus límites naturales el Teis o Tibisco, el Niester, el Bajo Danubio y el Ponto Euxino. Rastréase todavía el camino militar desde la orilla del Danubio hasta las cercanías de Bender, paraje muy sonado en la historia moderna, como el confín actual de los imperios de Rusia y Turquía.

Ansioso estaba Trajano de nombradía; y mientras sigan los hombres vitoreando más desaladamente a sus verdugos que a sus bienhechores, el afán de la gloria militar será siempre el achaque de los ánimos más encumbrados. Las alabanzas de Alejandro, entonadas por historiadores y poetas, habían encendido una emulación peligrosa en el pecho de Trajano. A su ejemplo, emprendió el emperador romano una expedición contra las naciones de Oriente; pero se lamentó suspirando de que su edad avanzada cortaba los vuelos a su esperanza de igualar la nombradía del hijo de Filipo. Descolló sin embargo Trajano, aunque pasajeramente, con gloria muy sonada. Los partos, ya degenerados y exhaustos con sus discordias intestinas, huyeron a su presencia, y bajó triunfalmente por el Tigris desde las cumbres de Armenia hasta el golfo Pérsico. Logró el timbre de ser el primero y último general romano que llegó a navegar por aquellos lejanos mares. Talaron sus escuadras las costas de Arabia, y engrióse equivocadamente Trajano de haberse asomado hasta los confines de la India. Atónito el senado, estaba todos los días oyendo nuevos nombres de naciones rendidas a su prepotencia. Participáronle que los reyes del Bósforo, Colcos, Iberia, Albania, Ofroene, y hasta el monarca mismo de los partos, habían recibido sus diademas de la diestra del emperador; que las tribus independientes de las sierras Carducas y Medas habían implorado su dignación, y que los opulentos países de Armenia, Mesopotamia y Asiria quedaban reducidos a la clase de provincias. Enlutó la muerte de Trajano tan esplendorosa perspectiva, y era fundamento de temer que tantas y tan remotas naciones sacudirían allá el recién uncido yugo, en no permaneciendo enfrenadas por la prepotente mano que se lo había impuesto.

Prevalecía la tradición inveterada de que, al fundarse el Capitolio por uno de los reyes romanos, el dios Término (que presidía a los linderos, y se representaba al estilo de aquel tiempo con una gran piedra) fue, de todas las deidades inferiores, la única que se negó a ceder su sitio al mismo Júpiter. Infirióse favorablemente de su pertinacia, interpretada por los agoreros que era un presagio positivo de que jamás vendrían a cejar los confines del poderío romano. Por espacio de largos siglos la predicción, como suele suceder, cooperó para su logro; pero el propio Término, que contrarrestó a la majestad de Júpiter, se doblegó al mandato del emperador Adriano, pues el descarte de todas las conquistas orientales de Trajano fue el estreno de su reinado. Devolvió a los partos la elección de su soberano independiente, retiró las guarniciones romanas de las provincias de Armenia, Mesopotamia y Asiria, y en desempeño del encargo de Augusto, restableció en el Éufrates el lindero del Imperio. Zahiérense los actos públicos y los motivos recónditos de los príncipes, y así se tildó de envidiosa la disposición de Adriano, que fue tal vez parto de su moderación y cordura. Los varios temples de aquel emperador, capaz a un tiempo de bastardías y de corazonadas grandiosas, suministran alguna margen a la sospecha; pero no cabía encumbrar más el esclarecimiento de su antecesor que confesándose inadecuado para el intento de resguardar aquellas conquistas.

Contraponíase la gallardía ambiciosa de Trajano con la moderación del sucesor; pero descollaba aun sumamente la actividad incesante de Adriano, en cotejo del sociego apacible de Antonino Pío. La vida de aquél se redujo a un viaje perpetuo; y atesorando al par el desempeño de guerrero y de estadista, iba regalando su curiosidad con el cumplimiento de sus obligaciones. Desentendiéndose de diferencias de climas, andaba a pie y descubierto por las nieves de Caledonia y los arenales abrasadores del Alto Egipto; ni quedó provincia en todo el Imperio que, en el discurso de su reinado, no se honrase con la presencia del monarca. Pero el sosegado temple de Antonino Pío se vinculó en el regazo de Italia, y en el espacio de los veinte y tres años que empuñó el timón del estado, las peregrinaciones más dilatadas de aquel apacible soberano fueron tan sólo del palacio de Roma al retiro de su quinta en Lanuvio.

 
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Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano de Edward Gibbon   Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano
de Edward Gibbon

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