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Prólogo
Por experiencia he visto, dejando lo que en muchas partes he
leído, el gran bien que es para un alma no salir de la obediencia. En
esto entiendo estar el irse adelantando en la virtud, y el ir cobrando la de la
humildad; en esto está la seguridad de la sospecha, que los mortales es
bien que tengamos, mientras se vive en esta vida, de errar el camino del cielo
Aquí se halla la quietud, que tan preciada es en las almas que desean
contentar a Dios. Porque si de veras se han resignado en esta santa obediencia y
rendido el entendimiento a ella, no queriendo tener otro parecer que el de su
confesor, y si son religiosos, el de su prelado, el demonio cesa de acometer con
sus continuas inquietudes, como tiene visto que antes sale con pérdida
que con ganancia; y también nuestros bulliciosos movimientos, amigos de
hacer su voluntad y aun de sujetar la razón en cosas de nuestro contento,
cesan, acordándose que determinadamente pusieron su voluntad en la de
Dios, tomando por medio sujetarse a quien en su lugar toman. Habiéndome
Su Majestad, por su bondad, dado luz de conocer el gran tesoro que está
encerrado en esta preciosa virtud, he procurado, aunque flaca e imperfectamente,
tenerla; aunque muchas veces repugna la poca virtud que veo en mí, porque
para algunas cosas que me mandan, entiendo que no llega. La Divina Majestad
provea lo que falta para esta obra presente.
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Las fundaciones
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