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Nos dirigimos hacia el valle de Ouillota. El país es muy agradable; los poetas, sin duda alguna, le aplicarían el calificativo de pastoral; grandes prados verdes están separados por pequeños valles donde corren arroyuelos; aquí y allá, en las laderas de las colinas, chozas de pastores. Nos vemos obligados a atravesar la cresta de Chilicauquen. En su base hallamos magníficos árboles siempre verdes, pero no crecen sino en los barrancos donde hay siempre agua corriente. El que no haya visto los inmediatos alrededores de Valparaíso no podrá creer que existan lugares tan pintorescos en Chile. Cuando llegamos a la cumbre de la sierra, vemos abrirse a nuestros pies el Quillota. la vista es admirable. Ese valle es amplio y llano; así las irrigaciones pueden hacerse en cualquier parte de él. los pequeños huertos en que está dividido se encuentran llenos de naranjos, de olivos y de legumbres de toda clase. De cada lado se elevan inmensas montañas desnudas, en contraste con los bellos cultivos del valle. El que dio a Valparaíso su nombre (Valle del Paraíso) debía acordarse en aquellos momentos de Quillota. Atravesamos este valle para dirigirnos a la hacienda "San Isidro", que está al pie mismo de la montaña de la Campana.

Como puede verse en los mapas, Chile es una estrecha faja de tierra situada entre la Cordillera y el Pacífico. Esta faja está atravesada, además, por numerosas cadenas de montañas que, en parte, son paralelas a la cadena principal. Entre esas cadenas exteriores y la Cordillera se encuentra una serie de hoyas llanas, que en general comunican unas con otras por estrechos pasos y se extienden muy lejos hacia el sur. En esas hoyas es donde se hallan situadas las principales ciudades: San Felipe, Santiago, San Fernando. Esas hoyas, o esas llanuras, si se prefiere (como el de Qulilota) que los unen a la costa son, estoy convencido de ello, el fondo de antiguas bahías semejantes a las que hoy día recortan tan profundamente todas las partes de Tierra del Fuego y de la costa occidental más al sur. Chile en otra época, debió de parecerse a este último país por la distribución de la tierra y de las aguas. De vez en cuando, esa semejanza se evidencia, sobre todo cuando una niebla espesa recubre como una capa todas las partes inferiores del país, los blancos vapores que ruedan por los barrancos representan, hasta causar asombro, otra tantas bahías y abras pequeñas, mientras que aquí y allá una solitaria colina que surge de la niebla semeja a una antigua Isla. El contraste de esos valles y hoyas llanas con las irregulares montañas que les rodean da al paisaje un carácter que no he visto hasta ahora en otra parte y que me interesa en gran manera.

 
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