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Las uvas
de Severino Roldán
I

A Roldán le costó reconocer a quien se acercaba hasta su casa. Lo vio aparecer entre la polvareda rojiza que el viento levantaba en el camino: bajo el sol, luciendo como un espejismo, con el nudo de la corbata flojo, las mangas de su camisa arremangadas y el saco al hombro, el abogado no parecía un abogado.
—¿Cómo le va, Roldán? —dijo al llegar junto a la casa.
—Extrañado de verlo por acá —Roldán gozaba al verlo así, fatigado. Por eso no lo invitó a pasar. Ni siquiera le ofreció un vaso de agua.
—Es que si Mahoma no viene a la montaña… —el hombre se secó el sudor de la frente con la manga de su camisa.
—Déjese de estupideces. ¿A qué vino?
—La última vez no quedamos en buenos términos, pero usted sigue siendo mi cliente y…
—Vaya al grano.
—Vine a cuidar sus intereses, y también los míos. Usted es mi mejor cliente, no voy a dejar que cometa semejante error.
—El error fue contratarlo a usted. ¡Sugerirme que le regale mi mercadería a los que me roban!
El letrado miró hacia la plantación y se espantó a una mosca que zumbaba frente a su nariz.
—Roldán —continuó—, el rumor de las plantas envenenadas le va a ocasionar más perjuicios que otra cosa. Algunos de sus clientes podrían asustarse y dejar de comprar. También podrían caer inspecciones y…
—¿Y a usted quién le dijo que solo es un rumor?
—¡Vamos! Es imposible que usted haya hecho algo así.
—Si yo se lo explico, usted no lo va a entender —Roldán levantó los hombros, como quitándole importancia al hecho de que entendiera o no—. Este pueblo tiene sus modos, tradiciones que personas como usted no entenderían.
—Explíqueme.
—No. Solo digamos que las plantas no están envenenadas en el sentido estricto de la palabra. Pero quien las robe sufrirá las consecuencias.
—No lo entiendo —el abogado sacudió la cabeza—. Mejor dicho, entiendo para qué hizo circular el rumor, pero no entiendo lo que me quiere decir.
—No importa —Roldán sonrió intrigante—. Si alguien se atreve a robarme, usted entenderá.
Y alguien se atrevió.

 
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No hay una sola forma de morir de Jorgelina  Etze   No hay una sola forma de morir
de Jorgelina Etze

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