Prólogo
oaquín apenas podía mantenerse sobre la bicicleta, estaba
exhausto y aterrorizado. Sus rodillas sangraban y sus tobillos habían dejado de
hacerlo hace solo un instante.
Había caído violentamente tres veces en los últimos diez
minutos, pero a pesar de ello, sus piernas no podían dejar de pedalear. Cogió el
atajo que atravesaba el plantío de su vecino intentando llegar lo antes posible
a su casa, aunque tenía prohibido hacerlo.
Santiago, su padre, no lo esperaba de regreso hasta la tarde.
Cuando vio a lo lejos la silueta del niño, acercándose lastimosamente, salió a
recibirlo convencido que algo malo estaba pasando. No había escuchado la radio
en toda la mañana y por tanto era completamente ajeno a que todo lo que le
rodeaba estaba cambiando.
El crío, al ver a su padre, emocionado, perdió el equilibrio
una vez más, cayó pesadamente hacia el frente y quedó allí vencido, agotado y
paralizado por el miedo.
Santiago velozmente cruzó la plantación y fue a su encuentro.
El niño temblaba, quería asirse a él como si se le fuera la
vida en ese instante, pero sus ojos buscaban el cielo, entre las nubes.
Santiago no podía creer lo que veía. Decenas de aviones de
guerra cubrían el firmamento, tras ellos un gigantesco zeppelín gris. No había
dudas, finalmente habían llegado.
Joaquín intentó explicarle que estaban por todo el pueblo, que
había huido, pero su padre ya no lo escuchaba, lo alzó en brazos y volvieron a
la casa. Junto a su madre y a su hermana pasaron la tarde escondidos en el
sótano.
Aquella tarde, Santiago, un irlandés que había elegido aquel
sitio para escapar de sus fantasmas, se vio forzado a deshacerse de todos los
objetos que podían poner en riesgo la seguridad de su familia, aunque haciéndolo
perdía también algo que amaba, sus recuerdos, su pasado, todas las cosas que
amarraban a su pobre memoria lo que se había prometido jamás olvidar.
Este libro comienza allí en Leiden, Holanda, en mayo de mil
novecientos cuarenta, aunque bien pudo comenzar mucho antes. He aquí la historia
de un hombre que se enfrentó a todos los ejércitos, los reales y los
imaginarios, a los propios y a los ajenos, a la soledad y a sus demonios.
Esta es, sencillamente, la historia de
Santiago.