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PRÓLOGO DEL AUTOR

Rudas luchas he tenido que vencer antes de decidirme a escribir este libro, cuya acogida por parte del público me ha inspirado, y continúa inspirándome, fundadas desconfianzas. A decir verdad, es abusar de la benevolencia de los lectores presentar los mismos tipos y tratar la misma materia en cinco obras consecutivas, y no me extraña que muchas personas vean en mi persistencia una invitación a la repulsa. A esta objeción, perfectamente lógica y natural, no puede replicar el autor más que una cosa: que, si se ha hecho reo de una falta grave, la culpa más que suya es de sus lectores. La favorable acogida que mereció Leather-Stocking ya talludito, hombre de peso y muerto, hizo nacer en la mente del autor impulsos incontrastables de narrar la historia de sus años juveniles. En una palabra: los cuadros que reflejan su vida tal como los conoce el público, eran lo suficientemente completos para excitar anhelos de visitar el «estudio» de donde fueron tomados.

Los Leather-Stocking Tales integran hoy algo así como un drama en cinco actos, drama muy completo, en lo que afecta a materiales y concepción, aunque deficientísimo, probablemente, en lo tocante a su ejecución: júzguenlo los lectores tal como es. Si nombrasen al autor juez del acto que hoy presenta el primero en orden aunque en ejecución el último fallaría que no es el mejor de la serie, pero tampoco el peor. Más de una vez ha sentido tentaciones de entregar a las llamas el manuscrito y tratar otro asunto cualquiera y, si no lo ha hecho débese a que, en el curso de sus trabajos, le dio alientos una circunstancia tan singular como digna de ser mencionada

Recibió una carta anónima procedente de Inglaterra y obra según cree, de una señora exhortándole a publicar lo que ya había concebido y casi ejecutado, exhortación que interpretó en el sentido de que el público no llevaría a mal su intento, y acaso, acaso, gustase de él.

Muy poco debo decir sobre los tipos y la escena de mi historia: los primeros son imaginarios, pero la última está arrancada del natural, tal como la ha visto el autor, o como la ha imaginado, fundándose en conjeturas muy probables acerca de su antiguo estado. El valle, el lago, las montañas y las selvas, son copias exactísimas del natural, y fieles transcripciones de lo real son el río, la roca y la restinga. La mano transformadora de la civilización los ha alterado y desfigurado un poquito; pero se parecen tanto a las descripciones, que hoy, una persona que hubiese recorrido y estudiado la región a que me refiero, los reconocería sin la menor dificultad.

Decidido está el autor a hacer uso de sus derechos de tal en lo referente a la exactitud de los incidentes de su historia no diciendo más de lo que considere necesario decir. En la gran lucha por la veracidad que en el curso de aquella sostienen la Historia y la Ficción, vence esta última con tanta frecuencia que el autor no puede menos de aconsejar al lector que, si quiere separar lo verdadero de lo imaginado. Fíe en sus propias investigaciones. Si halla que un historiador de nota o un documento de autenticidad indiscutible, contradicen las afirmaciones sentadas en esta obra sin rubor admitirá el autor que la contradicción escapó por completo a sus observaciones personales, y reconocerá avergonzado su ignorancia; pero si no encuentra en los anales de América una sola sílaba que contradiga mi narración, y creo firmemente, que así ha de suceder, reclamaré para mi leyenda toda la autoridad que merece.

Entre los aficionados a leer novelas hay una clase muy respetable, tanto por el número, cuanto por el gusto literario, que otorgan sus preferencias al escritor que «canta cuando él lee, y lee cuando él canta». Esas personas suelen ser todo imaginación cuando de hechos se trata y todo prosa y realismo cuando saborean la poesía. En su obsequio haré constar explícita y terminantemente que Judit Hutter, por ejemplo, es Judit Hutter, y nadie más, y en general, que si observa coincidencias en un nombre de pila o en el color del cabello de cualquier personaje, no debe inferir deducciones: ni forjarse alusiones fundadas en las tales coincidencias de nombre o de color. Que este grupo de lectores es difícil de contentar, lo sabe el autor muy bien pues se lo ha enseñado una experiencia de muchos años, y por este motivo, se atreve a aconsejar, muy respetuosamente, que prueben a leer las obras que son hijas de la imaginación con la misma disposición de ánimo que si emprendieran la lectura de una obra histórica quizá así podrán creer en la posibilidad de la ficción.

 
 
 
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Matavenados de James Fenimore Cooper   Matavenados
de James Fenimore Cooper

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