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Introducción
El profeta Ezequiel vivió en tiempos de gran tribulación. Tenía unos 18 años cuando Nabucodonosor asoló por primera vez Jerusalén y llevó cautivos a Babilonia a príncipes y nobles, entre los cuales se encontraban Daniel y sus tres amigos.
Ezequiel pertenecía a la clase sacerdotal. A los treinta años, de acuerdo a la Ley, podría ingresar al servicio en el Templo y cumplir así lo que era su llamado, su destino y propósito en la vida. Pero a los veintiocho, once antes de la destrucción del Templo, fue llevado cautivo a Babilonia junto a diez mil de sus hermanos. Nunca pudo ejercer el sacerdocio en el Templo de Jerusalén.
Como resultado de tres olas de invasiones durante un período alrededor de veinte años, los babilonios destruyeron la ciudad de Jerusalén y tomaron cautivos a sus habitantes. Sólo una voz profética se escuchará en esos años en la ciudad de David, la de Jeremías: el profeta que lamenta por Jerusalén.
La nación de Israel quebró el pacto y Dios les quebró como nación. A pesar de las múltiples advertencias por medio de los profetas, el pueblo no volvió su corazón al Dios y Padre de ellos. Judá e Israel eran ahora solo restos dispersos en las naciones de la tierra, las cuales les fueron por sepultura.
Así comienza la historia de Ezequiel, y así parece que va a terminar.
Pero Dios aún tiene algo que decir al joven sacerdote, como también a nosotros hoy.
De eso trata este libro: de lo que Dios aún tiene por decir a aquellos que aman su venida.
No podemos considerar nuestro destino eterno como atado a nuestras circunstancias presentes. No lo fue para Ezequiel y no lo es para nosotros tampoco. Ciertamente los acontecimientos impidieron a Ezequiel ministrar en el santuario terrenal, pero Dios tenía reservado para él un mejor servicio: la ministración en el templo celestial que le fue revelado en visión.
Tal vez las circunstancias no se presenten favorables para tu vida, y mucho de lo que has deseado alcanzar en Dios haya quedado sepultado en la adversidad; pero el Señor no detiene su mano: el produce pasado, presente y futuro de toda criatura y, puedes estar confiado, sin importar lo que vean tus ojos, Dios ciertamente cumplirá su propósito en ti.
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Consiga ¿Vivirán estos huesos? de Andrés H. Garzón en esta página.
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