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- Querido, no sé todavía lo que haré. Vacilo aún entre proseguir mi carrera o quedarme en París. De momento nada puedo decirte; todo dependerá un poquitín... de otra persona.

-¿Te casas? -preguntó Tony con interés.

-Precisamente eso - replico e joven con expresión de franca alegría.

-¿Con quién?

-No creo que la conozcas. Es de familia burguesa. Además, mientras no se publiquen las amonestaciones...

-Es cierto. Pero ¿es rica?

-Lleva una dote en relación con mi fortuna, de manera que no nos deberemos nada el uno al otro.

-Sin adularte, bien podías aspirar a más.

-No estoy seguro de ello. Además, no entraba en mis gustos. Desde hace tiempo conoces mis ideas sobre esto y sobre otras muchas cosas y me hubiera casado con ella aunque hubiese sido pobre.

-¿Se trata entonces de unos amores románticos ?

-¡No, por Dios! -exclamó alegremente Enrique y añadió: -Querido, lo poco que sé me hace creer que solamente en literatura acaban bien esos amores, porque el desenlace ha de ser el matrimonio. Pero en la realidad vemos con frecuencia el epílogo de estos matrimonios en la Gacela de los Tribunales. Nada de romanticismos... Si me caso es porque los azares de la vida me han puesto en presencia de una mujer que ha sabido inspirarme una particular simpatía, la cual creo compartida por ella, eso es todo.

Mientras así hablaba, Enrique se habla puesto en pie y tomado su sombrero.

Tony le dijo, mientras estrechaba su mano:

-Tu serás dichoso, amigo mío, y bien lo mereces, pues eres un hombre prudente.

-¡Bah! -hizo el joven riendo.

-Así lo creo yo al menos. Palabra de honor, me haces el efecto de Minerva, cambiando una vez más de sexo. Buena suerte; de todas maneras, y si te hace falta un padrino...

-Lo tendré presente, Tony; adiós.

-Adiós.

 
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