Una voz no puede llevarse la lengua y los labios que le dieron
alas. Sola debe buscar el éter.
Y sola, sin su nido, volará el águila cruzando el sol.
Entonces, cuando llegó al pie de la colina, miró al mar otra vez y vio a su
barco acercándose al puerto y, sobre la proa, los marineros, los hombres de su
propia tierra.
Y su alma los llamó, diciendo:
Hijos de mi anciana madre, jinetes de las mareas; ¡cuántas
veces habéis surcado mis sueños! Y ahora llegáis en mi vigilia, que es mi sueño
más profundo.
Estoy listo a partir y mis ansias, con las velas desplegadas,,
esperan el viento.
Respiraré otra vez más este aire calmo, contemplaré otra vez
tan sólo hacia atrás, amorosamente.
Y luego estaré con vosotros, marino entre marinos. Y tú,
inmenso mar, madre sin sueño.
Tú que eres la paz y la libertad para el río y el arroyo.
Permite un rodeo más a esta corriente, un murmullo más a esta cañada.
Y luego iré hacia ti, como gota sin límites a un océano sin
límites.
Y, caminando, vio a lo lejos cómo hombres abandonaban sus
campos y sus viñas y se encaminaban apresuradamente hacia las puertas de la
ciudad.
Y oyó sus voces llamando su nombre y gritando de lugar a lugar,
contándose el uno al otro de la llegada de su barco. Y se dijo a sí mismo:
¿Será el día de la partida el día del encuentro? ¿Y será mi
crepúsculo, realmente, mi amanecer?