-Es que tengo dos orejas que oyen bien y dos ojos que no ven mal.
-Tu cabeza es la que piensa mal, tu cabeza de chorlito...
Coca se picó y repuso prontamente:
-Hagamos entonces una apuesta. Pongamos en
práctica los dos sistemas, el tuyo y el mío, a ver cual da mejor resultado con Vázquez. Tú harás la niña buena y yo haré la niña mala... La que le trastome primero el seso se casará con él y... como es muy rico... dotará a su hermanita, si se queda soltara. ¡Trato hecho!... Nada de echarse atrás...
Como no podía enfadarse, Laura se rió de la malicia de su hermana... Y su hermana, tomando esta risa por su aceptación de la apuesta, exclamó triunfante:
-¡Aceptas!... ¡Pues ya
verás!... Pero tendrás que ayudarme en todo... Yo fingiré novios y coqueterías, y ¡tú vas a desmentirme!... En cambio yo no me cansaré de hacerte reclame, insinuando tus condiciones de hacendosa y casera... ¿Estamos?... ¡Pues ya verás!...
Y para que Laura no se arrepintiese del
pacto tácitamente consentido, Coca se lo estuvo recordando constantemente... Tú harás esto... Yo haré lo otro... Tú te pondrás bonita, pero con tu traje azul de ama de llaves y basta con un delantalcito muy mono... Yo me emperejilaré con todas mis galas: me pondré flores y polvos; aun me pintaría un lunarcillo en la cara si Adolfo no fuera a notarlo...
Sugestionándose por su propia
charla, Coca se hizo, mientras hablaba, el cuidadoso aliño de una prometida para su primera entrevista con el novio. Laura tampoco se descuidó, no viendo gran peligro en las chanceras intenciones de Coca... Y así fue que todavía estaban riendo y proyectando, cuando sonó, a las siete en punto, un breve campanillazo. Era don Mariano Vázquez que llamaba a la puerta de calle.