Prólogo
Todas las parábolas de Jesús que conservan los evangelios
tienen su encanto; pero hay algunas que son más universalmente conocidas como
son las del Hijo Pródigo y la del Buen Samaritano.
Este libro pretende sencillamente acercarnos a Jesús para
prestar atención a la parábola, escuchar a Jesucristo y su enseñanza en una
solemne ocasión: cuando él respondió a la pregunta clave en la vida del hombre,
«¿Qué tengo que hacer...? ¿Quién es mi prójimo?». Ojalá excite algo
nuestra sensibilidad. (Lc 10,25-37)
«La historia se relata desde el punto de vista del que cayó en
manos de los ladrones y obliga al oyente a ponerse en su lugar. Así se hace
propia la situación del otro, se la aplica a sí mismo y aprende qué quiere decir
amar al prójimo como a sí mismo».
La parábola es una breve narración, una especie de cuento, que
no sólo pretende enseñar una verdad, sino que se dirige al oyente para que él
pase a ser protagonista de lo narrado. La parábola no sólo enseña, sino que
denuncia algo que sucede o puede suceder o debe suceder; desconcierta por el
final que muchas veces es inesperado; hace reflexionar; interpela; pide que uno
tome posición, y exige respuesta, es decir, que el que la escucha cambie en
algo. Jesús no hablaba sino a través de parábolas: «No les hablaba sin
parábolas; pero a los propios discípulos se lo explicaba todo en privado»
(Mc 4,33).
Muchas veces el mensaje contenido en las parábolas queda como
flotando y Jesús no lo explica ni hace aplicación alguna. En otras ocasiones
precisa el destino explícito. En esta oportunidad, el mensaje de la narración
emerge por sí solo, sin necesidad de esa expresión final de Jesús con la que
termina el relato de Lucas. En resumen: se trata de un modelo práctico de
conducta cristiana en el que se expone la radicalidad de la exigencia del
mensaje de Jesús; al mismo tiempo aporta claridad con la aprobación o rechazo de
determinadas actitudes. De tal modo está Jesús seguro de que ha calado su
enseñanza que no teme hacer la pregunta al preguntón. Está seguro de que no
habrá otra respuesta. Por eso en esta parábola parece que no se trata de una
cierta analogía entre el cuento y la vida real; se trata de algo más incisivo:
es el mismo que pregunta el que da la respuesta con toda evidencia.
Esta parábola fue clasificada así por muchos: la página más
anticlerical del evangelio. Tanto que, en una ocasión, el sacerdote que presidía
la celebración eucarística, quiso dejar plena constancia en la homilía que el
sacerdote que actuó de tal modo era un sacerdote «de los de entonces», no de los
de ahora. Nadie se opuso a tan aguda y sutil precisión.