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En este libro se hace más evidente la intervención del autor creando figuras que de guapos no tienen nada pero que están completamente subyugadas por esas criaturas de leyenda que se juegan la vida como si nada fuera. ?Soba? es un personaje del que sinceramente me enamoré. Hay en él una referencia a la calle Corrrientes pero a la de los intelectuales que llevan libros bajo el brazo aunque sean de los que hablan de guapos. Nuestro autor usa todo su ingenio al retratarnos estos seres que parecieran tener que ver con ?El Quijote? de Cervantes. Es decir, tienen que ver con el mismísimo Carlos así como el Quijote tiene que ver con Cervantes. Y, el ingenio del que hablo, se materializa en frases que, aludiendo a tangos (tantos), películas (?El prisionero de Zenda? por ejemplo) o cualquier otro elemento de nuestra realidad cultural, nos hacen mover las neuronas hasta conculsionarlas en carcajadas irresistibles. Todo el cuento del ?Soba? en su relación con ?Mimbre? es para desternillarse de risa y admiración porque en esa disputa, de por sí descojonante, entre los guapos de Corrientes y los del Bajo entra una mujer a tallar de una manera patética y al mismo tiempo con un notable espíritu de jolgorio y sensualidad que nos acerca a la felicidad de vivir. En este cuento hasta hay cierta reminiscencia a Borges que es bastante ?Soba? con sus libros bajo el sobaco y sus famosos guapos. Claro que los cuchilleros de Jorge Luis son más serios, menos ridículos o, al menos, su parábola no está tan escandalosamente sumida en un destino donde el absurdo nos abre los ojos de asombro. Fede, ?socialista ectópico? (no puede haber algo más gracioso) se cruza en un diálogo agresivo con la estudiante que se prostituye y el narrador interrumpe la charla que sin embargo sabe que continuará, con una pregunta acerca del la última de Tarkoski. Esto lo hago notar porque se da el mestizaje en estas narraciones de lo característico de los bajos fondos con lo sofisticado del mundo intelectual. Es como si sobrevolara también una necesidad de los personajes de que existiera algún código ético para medir los actos humanos pero la estudiante prostituta tiene sus propias respuestas a eso porque, como todos los personajes, es fiel a su destino y se deja conducir a dónde éste la lleve. Este cuento, aunque con frases maravillosamente jocosas, no es ni cómico ni trágico. Otro hay trágico en donde están en el bar ?Soba? y el ?Fede?. Éste no soporta que ese día ondeen frente a él la bandera de la utopía porque, desesperado, cuenta lo que ha vivido con una prostituta y su nieta. Aquí también rige la ley de la vida en su versión más patética y descarnada, más impiadosa dándole una cachetada al discurso de un mundo no contaminado sino donde triunfen el amor y la paz. Y, hablando de amor, Carlos Adalberto no parece muy optimista respecto a él. Miento, no él sino sus personajes, cada vez que lo nombran, no dejan de echar un manto de sospecha sobre la felicidad que pueda aportar. Más de una vez aparecen las mujeres como obras más del Diablo que de Dios contrastando con la idea que suelen sembrar las madres (¿las madres son mujeres?) de que hay que tratarlas como si fuesen sagradas, es decir hay que ser caballeros. Esta idea genera más de un drama ridículo que Carlos muestra en perfectas radiografías. Sin embargo, hay en este libro, mujeres de todas las clases y muchas son verdaderas heroínas que saben defender lo suyo como ?Mimbre? o la que busca guapo o la chancleta rubia que se casa con uno. Pero mientras éstas últimas actúan con inteligencia y valentía para obtener lo que quieren hay dos, en relatos que nada tienen que ver uno con el otro, pero unidas por la prostitución y la música pero que desembocan en conductas absolutamente diferentes. La vitrolera llora muy poco al hombre que le matan; la alemana cumple su venganza y se recluye a continuar llorando. Carlos, aunque infinitamente argentino y más porteño que argentino, toca la cuerda universal con una gracia y profundidad escalofriantes. Supongo que muchas de sus ocurrencias no serían pescadas por lectores foráneos que se toparían con frases y palabras y alusiones que no forman parte de su bagaje intelectual pero las historias en sí, despojadas de toda esa ornamentación verbal ingeniosísima, están enmarcadas en la más absoluta tradición del drama humano. Los guapos de antes ahora parecen ser heredados por los barras bravas que con códigos propios y violencia sin igual, tiñen estúpidamente de sangre las tribunas y los alrededores del estadio. También los guiarán la defensa de algún honor o simplemente, por involución, algún privilegio o prebenda.

 
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Historias del Bajo y otras evocaciones  de Carlos Adalberto Fernández   Historias del Bajo y otras evocaciones
de Carlos Adalberto Fernández

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